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Los pescadores, desde sus botes, lanzaban envidiosas miradas; los pilletes, desnudos, de color de ladrillo, echábanse al agua para tocarle la enorme cola. Rufina se abrió paso entre la gente, llegando hasta su marido, que con la cabeza baja y una expresión estúpida oía las felicitaciones de los amigos. ¿Y el chico? ¿Dónde está el chico? El pobre hombre aún bajó más su cabeza.

Desde la víspera aquello era un diluvio de telegramas de felicitaciones, prospectos de proveedores, papeles con escudos nobiliarios, sellos franceses y extranjeros. Estaba Liette haciendo metódicamente su clasificación, cuando el timbre la llamó de nuevo al aparato Morse... Era un nuevo telegrama para el castillo. «Señorita doña Blanca de Candore.» ¡Este estaba doblemente atrasado de noticias!

Suárez manifestó a su tertulia de señoras que tenía una voz parecida a la de la Nantier Didier y que con poco tiempo de Conservatorio podría competir con las primeras contraltos. Como cesaran las felicitaciones y las miradas de todos dejaron de estar fijas sobre ella, una sombra de tristeza se esparció por el hermoso semblante de María.

Conviene dejarle solo, dijo Tragomer. Tiene necesidad de entrar en posesión de mismo. La transición entre su aniquilamiento desesperado y la vuelta á la vida ha sido muy brusca. Mañana estará más tranquilo, sus ideas habrán entrado en orden y podremos interrogarle con fruto. Y ahora, Marenval, reciba usted mis felicitaciones.

Martes, 4 de enero de 1825. Los cambios de tarjetas, las visitas, las felicitaciones, las alegrías, el movimiento, en fin, de primero de año me han hecho mucho daño; yo no puedo hacer más que llorar cuando alguien me dirige sus recuerdos; ¡mis recuerdos están en lo pasado! ¿Y qué es lo que el pasado me recuerda?

Los contrarios, gente enemiga de la burguesía, gente grosera y sin delicadeza, mandaban, en cambio, a los tres miembros de la familia, terribles anónimos difamatorios contra el supuesto novio... Y los anónimos eran más copiosos y categóricos que las felicitaciones... El cartero dejaba en la casa de Itualde, por término medio, desde hacía dos semanas, una felicitación diaria y tres anónimos.

Suponía que de entonces acá se le habría pasado su propósito; pero parece que cuando tiene algo en la cabeza... Fue interrumpido; Alicia venía hacia ellos: Ha sido muy amable usted, Martholl, en no haberse ido. ¿Es María Teresa quien ha sabido retenerlo tan bien? ¡Mis felicitaciones, querida! ¿Sería indiscreta pidiéndole que me cediera su inseparable caballero?

Cuando salió el segundo toro, todavía Gallardo, apoyado en la barrera, recibía felicitaciones de sus admiradores. ¡Qué coraje el de aquel chico... «cuando quería»!... La plaza entera le había aplaudido en el primer toro, olvidando sus enfados de las corridas anteriores.

Luego recitó una epístola dirigida a M. de Bienassis, en la cual se encierran trozos de poesía tiernísima; se le interrumpía frecuentemente con murmullos de aprobación; Mariana y yo estábamos verdaderamente emocionadas; luego se nos colmó de felicitaciones y, ¿por qué no decirlo?, de dicha y orgullo; lo cual me parece algo perdonable.

Felicitaciones, apretones de manos, palmaditas protectoras al novio, miradas insistentes, lascivas, anatómicas para la novia, por parte de ellos; por parte de ellas, análisis del traje, del aderezo, cálculo del vigor, de la salud, etc. ¡Psíquis y Cupido presentándose en el Olimpo! pensó Ben Zayb y se grabó la comparacion en la mente para soltarla en mejor ocasion.