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Cuando la condesa quedó sola con los suyos, dijo con aire de triunfo a Rafael: Y ahora, ¿qué dices, mi querido primo? Digo contestó Rafael que el gorjeo es mejor que la pluma. ¡Qué ojos! exclamó la condesa. Parecen dijo Rafael dos brillantes negros en un estuche de cuero de Rusia. Es grave dijo la condesa ; pero no engreída. Y tímida siguió Rafael , como una manola de Lavapies.

Así hablan los hombres exclamó la Nati, una chulilla de Lavapiés que descubría el paño, no sólo en la conversación, sino también en el peinado, en los andares, en todo. ¡Qué simple eres, criatura! dijo la Amparo volviéndose a ella . ¿Te figuras que eso es cierto? Clementina le tiene más sumiso que un perrillo de lanas. Si se le antoja, le hace lamer la planta de sus pies.

No se puede expresar por qué; pero sus proporciones, su actitud, la forma de su cabeza, el movimiento que hace, el modo de extender el brazo, la delicadeza con que arquea los dedos, le dan en totalidad un aspecto clásico en el más alto sentido de la palabra: y se le ocurre a uno pensar que si se descubrieran obras de pintores griegos se hallaría algo parecido a esa mujer gentil y airosa, bella y fuerte, que habiendo nacido en Lavapiés o Maravillas es digna de haber pisado las plazas de Atenas y Corinto.

Mover los trastos era para ella algo semejante a incendio o demolición; pero no había más remedio que dar el salto del Norte al Sur de Madrid, pues teniendo Maximiliano que pasar la mayor parte del tiempo en la botica de Samaniego, era una falta de caridad hacerle recorrer dos veces al día los tres cuartos de legua que separan el barrio de Chamberí del de Lavapiés.

Cumplidas las sabias órdenes que había dado la directora de la casa, Fortunata salió con Papitos, y después de encaminarla a la compra, indicándole algunas cosas que debía tomar, separose de ella en la plazuela de Lavapiés para dirigirse a la calle Mira el Río.

Pues busque usted al Doctrino, que debe estar allá por Lavapiés, y le dirá lo que tiene que hacer; porque supongo, amigo, que usted no querrá quedarse atrás. ¡Fuera miedo! Yo que la primera vez esto es algo imponente, sobre todo para el que nunca ha oído tiros. Pero, en fin, teniendo ánimo....

¿Y nadie más? ¿No ha estado Mauricia? No señora... Esta mañana la vi en la puerta del bodegón de la Plazuela de Lavapiés. Vive por aquí cerca... «Señá Mauricia, mire que la señora la está esperando...». Me contestó, dice: dile a esa tiona que si quiere correr los pañuelos que los corra ella, y que si no, que los deje... «¡Habrá indecente!...» exclamó la señora algo distraída.

Pues iremos juntas, porque yo tengo que ir a la calle de Zurita a echarle un réspice a mi herrero, y no hará usted nada demás si me acompaña un poco. Pronto despacho, y la dejaré a usted en la puerta de su casa. Aceptada con sumo agrado la proposición, anduvieron juntas el torcido y desigual camino que separa la vertiente de la Arganzuela del barranco de Lavapiés.

Poco a poco se habían ido alejando de las formas correctas, ceremoniosas, que caracterizan a los graves gentlemen de la Gran Bretaña, dando a su trato cada vez más color local, acercándolo en lo posible al de nuestros pintorescos barrios de Lavapiés y Maravillas.

Otro libro tengo también, a quien he de llamar Metamorfóseos, o Ovidio español, de invención nueva y rara; porque en él, imitando a Ovidio a lo burlesco, pinto quién fue la Giralda de Sevilla y el Ángel de la Madalena, quién el Caño de Vecinguerra, de Córdoba, quiénes los Toros de Guisando, la Sierra Morena, las fuentes de Leganitos y Lavapiés, en Madrid, no olvidándome de la del Piojo, de la del Caño Dorado y de la Priora; y esto, con sus alegorías, metáforas y translaciones, de modo que alegran, suspenden y enseñan a un mismo punto.