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La inmensa riqueza del teatro español, de la cual se puede decir sin exageración que supera á la de todos los demás europeos juntos, no podrá menos de embarazarlo infinito, y tanto más, cuanto que las obras en que se halla diseminada la literatura dramática española son en su generalidad muy raras hoy, y es necesario para leerlas y conocerlas suficientemente, visitar las bibliotecas públicas y privadas más importantes de Europa, y después de allanar este obstáculo, vencer el otro, ya indicado, consiguiente á tal superabundancia de materiales, esto es, el de ordenarlos con claridad y circunscribir la exposición de lo más interesante en un espacio determinado.

Cuanto más meditaba sobre él, más verosímil me parecía. Entonces, bailándome el corazón de gozo, me senté a la mesa, saqué papel y me puse a escribir. No me salían más que protestas exageradas, ternezas empalagosas que al leerlas después me disgustaron. Tanto que, rasgados tres o cuatro pliegos, me decidí a esperar que las ideas se me compusieran un poco en la cabeza.

Pasó Ana, sin querer leerlas, algunas hojas. En ellas había escrito la historia de los días que siguieron al de la procesión, famosa en los anales de Vetusta. , se había creído prostituida; aquella publicidad devota le parecía una especie de sacrificio babilónico, algo como entregarse en el templo de Belo para la vigilia misteriosa.

He dicho á tu madre que vengáis por aquí con más frecuencia. Ya iremos hablando de lo que te conviene, pues tiempo tenemos de sobra. Esa almita anda algo loca y hay que tener mucho cuidado con ella. ¿Quedamos en que me enviarás esas cartas, para que nunca puedas volver á leerlas, cayendo de nuevo en el pecado? , Padre.

Al leerlas paréceme tener delante a una hermana cariñosa, encantadora en su tristeza, risueña y llorosa a un tiempo, pidiéndome estrecha cuenta por el abandono de que en medio de mi dolor egoísta la hacía objeto, olvidándome del suyo.

Yo confieso que, si se reuniesen las más selectas poesías líricas de los grandes poetas de hoy y Perícles pudiese leerlas y entenderlas, había de hallarlas superiores a las de Píndaro. Prolijo sería explicar el por qué. Baste con que yo reconozca que en lo lírico sobrepujamos a los antiguos. No así en lo demás.

Se destruyeron los libros, los periódicos, los monumentos, todo lo que pudiera hacer sospechar á los varones del porvenir la autoridad despótica ejercida por sus antecesores. Únicamente en las bibliotecas de las universidades conservamos las obras de aquellos tiempos; pero sólo tienen permiso para leerlas los profesores de indiscutible lealtad que se dedican al estudio de la Historia.

Seguían muchas páginas referentes a un período de indecisión, reflexiones escritas sin la sospecha siquiera de que otros ojos que los suyos pudieran leerlas nunca; el alma de Laura asomaba por ellas con toda su gracia interior, como una vestal que descubriera sus hechizos a la luna. Adriana las leía con encanto, sus ojos y sus labios sonreían. Pero pronto le volvió la inquietud.

Hasta aquí JIMENO. A cuyas noticias, si no temiéramos alargar demasiado esta prefacion, pudiéramos añadir otras y varios elogios de nuestro Autor, que pueden verse en la Biblioteca Valentina del citado M. Fray Joseph Rodriguez; sin embargo no podemos dejar de admirar, que ni estos dos eruditos, ni Nicolás Antonio, que en su Biblioteca Española apenas deja de dar á cada obra y Autor el merecido elogio no le hiciesen de las del nuestro con la debida puntualidad; acaso porque no lograrian leerlas, por ser tan raras.

La desdicha le parecía irremediable; lo sólo que debía procurar era prescindir de su amor, sofocándolo como a sentimiento réprobo, cuya vida ha de ser toda maldición y pena. Según fueron llegando a sus manos las primeras cartas de Pepe, las rasgó con ira, sin leerlas; pero en vez de tirarlos, guardó los pedazos en el cajón de un mueblecillo.