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Contaba hechos de armas y aventuras de cuartel con una gracia burda y una sinceridad zafia que levantaban ampolla. El otro se llamaba Pedernero y era del propio Ceuta, hijo de una oficiala del Fijo, joven y simpático, de modales mucho más finos que sus colegas, listo como un chorro de pólvora, y con un pico de oro que daba gusto.

Pues esa oficiala, compañera mía hablaba Carola me ha dicho que por los chicos que trajeron los muebles sabe que hay un sotabanco de cincuenta riales. No hay tal; son guardillas trasteras de los enquilinos..., buenas familias. Y fue enumerando cuanta gente había en la casa, hasta llegar al cuarto entresuelo.

Una antigua oficiala de Emma, que tiene relaciones con el director de un diario importante, protege á Farjolle, que se dedica al periodismo. Entretanto, Emma burla á su marido con Vélard, que también ayuda á Farjolle. Este lo sabe, y acompañado de un comisario, sorprende á los culpables en delito flagrante de infidelidad.

Por dos pesetas diarias la explotaban las parroquianas de un modo irritante; mostraban un ansia furiosa para exprimir todas sus habilidades; la hacían cortar y probar como una maestra y coser o zurcir como una oficiala; obligábanla, con falsos mimos, a no levantar la cabeza del trabajo ni un solo instante; se mordían los labios con rabia y dudaban de su laboriosidad cuando no podía convertir en vestido flamante un guiñapo viejo; y después de todo, cuando la costurera terminaba, despedíanla sin cariño alguno, como un mueble inútil, y no se acordaban de ella al darse tono en paseos y teatros, asegurando que era de una modista francesa el vestido cuya confección les costaba unas cuantas pesetas.

El obrero les invitó a pasar a su habitación, y una vez dentro, les manifestó en confianza que también él y su mujer sabían la desgracia de aquellos pobres niños, y que habían querida intervenir para remediarla, pero inútilmente; la madre era una mujer viciosa, oficiala de sastre, amancebada tiempo hacía con un albañil, y que había tenido aquellos niños con un primer marido o querido, que esto no lo sabían; dioles algunos otros pormenores, que indignaron extremadamente a Miguel.

Y si no quería ella venir, ¿qué le costaba mandar una oficiala a preguntar si vivo o si muero?... Crea usted que esto me duele; porque yo, a quien me quiere como dos le quiero como catorce». Ballester contestó con un gran suspiro, al cual no dio su interlocutora la interpretación conveniente.

No por cierto, ¡sino que habrá tantos otros desdichados! Se me nubló el semblante, y Amparo se apresuró a decir: La caridad debe ser discreta; la caridad indiscreta hace más daño que beneficio; yo ya tengo todo lo que podía desear; un cuartito alegre, una cama blanda, ropa blanca y dos vestidos de calle. Trabajo; trabajo con ardor, y dentro de poco seré oficiala.

La enorme tira de trapo se arrastraba por la habitación, se encaramaba a las sillas, se colgaba de los brazos del sofá y se extendía en el suelo para ser dividida en pedazos por la tijera de la oficiala, que, de rodillas, consultaba con patrones de papel antes de cortar.