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Para ir á él, pasamos por un barrio feísimo, triste y solitario, compuesto de irregulares casuchas, hechas con escombros de insignes ruinas..... ¡Oh profanación!..... Piedras de diferentes arcos, nobles columnas tomadas de acá y de allá, maderas sueltas de antiguos artesonados, y otros restos de soberbias construcciones, habían servido para zurcir aquellos pobres edificios.

Por dos pesetas diarias la explotaban las parroquianas de un modo irritante; mostraban un ansia furiosa para exprimir todas sus habilidades; la hacían cortar y probar como una maestra y coser o zurcir como una oficiala; obligábanla, con falsos mimos, a no levantar la cabeza del trabajo ni un solo instante; se mordían los labios con rabia y dudaban de su laboriosidad cuando no podía convertir en vestido flamante un guiñapo viejo; y después de todo, cuando la costurera terminaba, despedíanla sin cariño alguno, como un mueble inútil, y no se acordaban de ella al darse tono en paseos y teatros, asegurando que era de una modista francesa el vestido cuya confección les costaba unas cuantas pesetas.

Las más pequeñas y los varoncitos iban a la escuela; las mayores trabajaban en el gabinete de la casa, ayudando a su madre en el repaso de la ropa, o en acomodar al cuerpo de los varones las prendas desechadas del padre. Alguna de ellas se daba maña para planchar; solían también lavar en el gran artesón de la cocina, y zurcir y echar un remiendo.

Yo no quiero ser sabia, vamos, sino saber lo preciso, lo que saben todas las personas de la buena sociedad, un poquito, una idea de todo..., ¿me entiendes? ¿Sabes coser? . ¿Sabes planchar? Regularmente. ¿Sabes zurcir? Tal cual. Y de guisar, ¿cómo andamos? Así, así. Me convienes, chica. Nada, nada, te digo que me convienes, y no hay más que hablar. Pues a no me convienes . ¡Boa constrictor!

No le repugnaba a doña Lupe trabajar los domingos, porque sus escrúpulos religiosos se los había quitado Jáuregui en tantos años de propaganda matrimonial progresista. Púsose, pues, a zurcir en su sitio de costumbre, que era junto a la vidriera. En el balcón tenía dos o tres tiestos, y por entre las secas ramas veía la calle.

Parecíale estar en la casa maldita, en la cueva, que decía misia Gregoria, acompañando a la hacendosa tía Silda, ayudándola a preparar la cena, o a limpiar, o a zurcir; y cuando llegara el tío del Ministerio y el primito de la Bolsa, con qué gusto se sentaría a la mesa, en tan amable compañía, feliz de verlo todo en regla, el mantel planchadito, los vasos bruñidos, los cubiertos lucientes como plata de veras, ¡feliz de que la tía la mirara con complacencia, convencida ya de que ella, aunque Esteven, no era ni mala ni torpe! ¡feliz de estar cerca del primo, y poder reanudar el coloquio del baile, sin censura ni anatema!

Pero os traeré mi sillita con unos retazos de tela colorada y otros chiches para que pueda jugar con ellos. Se sentará y les hablará como si estuvieran vivos. ¡Ah! si no fuera un pecado querer ver los hijos de otro modo que como son que Dios los bendiga , hubiera deseado que uno de ellos fuera mujer; y decir que hubiera podido enseñarle a zurcir, a remendar, a tejer y muchas otras cosas.