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Alzose un clamoreo, una aprobación ruidosa y vehemente, gritos agudos, voces humedecidas por el llanto, bendiciones casi inarticuladas; y al punto, dos o tres objetos más de escaso valor, una sortija de plata, un dedal de lo mismo, vinieron despedidos desde las mesas próximas, cayeron en el delantal y se mezclaron con la calderilla.

Los sollozos se mezclaron pronto con la risa, y por último, doña Luz cayó al suelo como desplomada, y allí se agitó en fuertes convulsiones. Don Acisclo tocó entonces la campanilla, llamó a voces a la gente de casa, y acudieron D. Gregorio, Juana, Tomás y otros criados. Todos se aterraron. Las convulsiones seguían. Juana mandó llamar al médico D. Anselmo.

Aquella noche dio D. Pedro un baile estupendo en el patio de su casa y salones contiguos. Criados y señores, hidalgos y jornaleros, las señoras y señoritas y las mozas del lugar, asistieron y se mezclaron en él, como en la soñada primera edad del mundo, que no por qué llaman de oro. Cuatro diestros, o si no diestros, infatigables guitarristas, tocaron el fandango.

Pero la secta erudita de que ahora hablamos, no puede, en verdad, felicitarse de haber mostrado en la contienda una táctica superior; de ninguna manera le era dado llegar hasta donde se proponía, y ni aun produjeron efecto las juiciosas observaciones, que mezclaron con diatribas, ni las censuras, que hicieron justa mella en algunas comedias, porque sus autores sostenían principios absurdos y destituídos en general de fundamento, confundiendo además en sus invectivas las bellezas superiores en la esencia y en la forma, inseparables del drama moderno, con otros vituperables olvidos de todas las reglas de la naturaleza y del arte.

Estos, que en su pais no podian vivir sin algun trabajo, se fueron estableciendo en los campos de los ganados, y algunos se mezclaron con los pampas; de modo que hoy casi todos los indios son de la costa de la Cordillera.

Recordaba la obscura selva con su pradillo solitario, y el amor y la angustia de que había sido testigo; y el tronco mohoso del árbol donde, sentados, asidos de las manos, mezclaron sus tristes y apasionadas palabras al murmullo melancólico del arroyuelo. ¡Cuán profundo conocimiento adquirieron entonces de lo que eran en realidad uno y otro! ¿Y era éste el mismo hombre?

El mal de España había sido no descansar hasta la vejez. Nuestro país es por su historia algo semejante a una olla que hierve siglos y siglos sin que nadie la aparte del fuego para que se enfríe su contenido. Los grandes pueblos de Europa, después del hervor fundente durante el cual se mezclaron sus razas y se borraron sus antagonismos, pudieron descansar en la paz.

¿Quién es ese señor? replicó Juana. El señor de Maurescamp...; mira, hijita mía, ésta es demasiada felicidad... Habituada a creer a su madre infalible y viéndola tan feliz, la señorita Juana no tardó en serlo también, y las dos pobres criaturas mezclaron por largo rato sus besos y sus lágrimas.

-Siempre tuve yo mala sospecha -dijo Ricote- de que ese caballero adamaba a mi hija; pero, fiado en el valor de mi Ricota, nunca me dio pesadumbre el saber que la quería bien; que ya habrás oído decir, Sancho, que las moriscas pocas o ninguna vez se mezclaron por amores con cristianos viejos, y mi hija, que, a lo que yo creo, atendía a ser más cristiana que enamorada, no se curaría de las solicitudes de ese señor mayorazgo.

Sus moradores, por falta de mujeres europeas, mezclaron su noble sangre con la vilísima de los bárbaros, mejor dijera que le mancharon, porque los hijos, saliendo más semejantes á las madres que á los padres, degeneraron en breve de manera que avergonzadas y corridas las ciudades vecinas, renunciaron su amistad; y porque la vileza de éstos no empañare ni aun levemente los candores de la generosidad del nombre lusitano en el mundo, los llamaron Mamalucos.