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Eran golfos de poderosos pulmones, que para atraer al público se agitaban como epilépticos, corriendo en torno de su puesto, manoteando, exhibiendo sus artículos, entregándolos a ciertos compinches que se fingían compradores para impulsar a la gente reacia. ¡Aquí! ¡al tío que se ha vuelto loco y todo lo regala! gritaba uno con voz de trueno.
»No quise insistir más; pero hube de preguntarme qué era lo que podría impulsar a Antoñita a convertirse en religiosa cambiando en celda la habitación de una joven como ella, hermosa, gentil, llena de gracia y que poseía un dote de doscientos mil francos.
Frascos, retortas, cristales, cacharros grandes y pequeños, se hallaban esparcidos por el suelo y sobre una gran mesa de cocina. Allí era donde don Pantaleón y su amigo Moreno se encerraban para impulsar el progreso de la humanidad. De esta pequeña buhardilla saldrá al fin algo que el mundo acogerá con asombro y aplauso dijo con profética iluminación poniendo una mano sobre el hombro a su yerno.
Pero es algo incomprensible murmuró Mathys desalentado . ¿Entonces ella misma me quiere poner en peligro para perderme? ¿Qué la puede impulsar a cometer semejante locura? ¿Qué fin puede tener en vista? Lo que la impulsa es el odio ardiente que os tiene; y al acusaros de un crimen ante mi, quiere impedir nuestro casamiento.
Nada más grandioso que la arboladura, aquellos mástiles gigantescos, lanzados hacia el cielo, como un reto a la tempestad. Parecía que el viento no había de tener fuerza para impulsar sus enormes gavias. La vista se mareaba y se perdía contemplando la inmensa madeja que formaban en la arboladura los obenques, estáis, brazas, burdas, amantillos y drizas que servían para sostener y mover el velamen.
Jamás Elisa había previsto, ni en sus sueños más negros y desesperados, que un hombre se había de resistir a sus atractivos poderosos y a la magia de sus coqueteos; que este hombre la había de enamorar cuando era ella la que solía enamorar a todos los hombres, y que al fin la había de impulsar hasta el punto de tomar la iniciativa y de mendigar su mano, y de recibir de él una repulsa insolente y desapiadada.
Doña Luz tenía resuelto no ir a Madrid mientras pudiera no ir: quedarse en Villafría viviendo en su casa solariega; tener allí su centro, su cuartel general, su nido; cuidar desde allí de sus bienes e irlos mejorando y aumentando; ahogar en su alma toda propensión celosa; y, no ya consentir, sino impulsar a su marido a que fuese él solo a la capital, a brillar en el Congreso de Diputados, en las luchas políticas y en los negocios militares.
No hay que pensar, pues, dado ese molde convencional y estrecho, en esa animación y soltura de movimientos, que, en toda obra poética, ha de impulsar la intención de su autor, antojándosenos que éste, á cada momento, á manera de apuntador, ha de sugerir á cada uno de sus personajes las palabras que debe pronunciar.
¿Qué puede impulsar a Vérod a acusarle a usted? No sé. ¿El dolor? ¿Los celos? Seguramente. ¿Cuánto tiempo tenían las relaciones de usted con la Condesa? Cinco años. ¿Era libre cuando la conoció usted? Sí, libre. Viuda. ¿Dónde la encontró usted? En Aberdeen, en Escocia. ¿Cuántos años tenía? Veintinueve. ¿Ahora o entonces? Ahora.
Cuando se embarcaba, se internaba más que nunca en el mar y sus brazos robustos encontraban un placer en impulsar los remos; cualquiera que fuese el objeto de su visita, un encanto invisible lo atraía siempre cerca de Germana, lo mismo por tierra que por mar; se volvía hacia ella como la brújula a la estrella, sin tener conciencia del poder que lo atraía.
Palabra del Dia
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