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Su hijo le pareció así. ¡Había tardado tanto! Se le figuró que nacía a la fuerza, que se le hacía violencia abriéndole las puertas de la vida.... ¡Coronado, Bonis, coronado! decía una voz débil y mimosa, excitada, desde la cama. Bonis, sin entender, se acercó a Emma y le dio un abrazo, llorando. Emma lloraba también, nerviosa, muy débil, demacrada, convertida en una anciana de repente.

El viejo le hubiera seguido a no ser por la mano que aún inerte le detenía fuertemente, no siendo fácil desprenderse de ella. Era pequeña, débil y flaca; pero quizá por ser pequeña, débil y demacrada cedió a su presión y, aproximando aún más la silla a la cama, apoyó sobre ella la cabeza, sorprendiéndole el sueño en esta actitud.

¡Bah! es un absurdo que hayáis salido; ¿por qué no mandasteis uno de los sirvientes? No hay nada que hacer... está muerta... muerta desde hace varias horas, creo. ¿Qué clase de mujer es? dijo Godfrey, sintiendo que la sangre le subía a la cara. Una mujer joven, pero demacrada, con largos cabellos negros. Alguna vagabunda... toda cubierta de harapos; tiene, sin embargo, en un dedo una alianza.

En una alcoba, en que se veían todavía algunos muebles decentes, aunque habían desaparecido los de lujo; en una cama elegante, pero cuyas guarniciones estaban marchitas y manchadas, yacía una joven pálida, demacrada y abatida. Estaba sola. Esta mujer pareció despertar de un largo y profundo sueño. Incorporóse en la cama, recorriendo el cuarto con miradas atónitas.

Por lo que hace á los guantes, que habían paseado por Madrid durante cinco abriles su demacrada amarillez, puede asegurarse que la alquimia doméstica tomaba mucha parte en aquel prodigio.

Es el amigo de Quimper, que tan bueno ha sido conmigo. Y me ofreció su manita demacrada. En este momento entró el doctor Muret y se indignó al encontrarla todavía de pie siendo más de las diez. Hubo que ver a Lacante, confuso como un colegial cogido en falta, dándose prisa para llevarse a Elena, a pesar de su pie gotoso, y volviendo la espalda a la cólera del médico.

¿Pero quién es aquel señor que abre la puerta del café y esparce su vista por el local, como buscando a alguien, y desde que ve a Mariano viene hacia él, y se le sienta enfrente? ¿Quién ha de ser sino el bendito D. José? Bien se conoce en su faz su martirio y las tristezas que está pasando. Ved su cara demacrada y mustia, sus ojos impregnados de cierta melancolía de funeral; ved también sus mejillas, antes competidoras de las rosas y claveles, ahora pálidas y surcadas de arrugas. ¿Qué le pasa?

A su lado estaba la mujer demacrada, pálida y huesuda que vimos en la buñolería algunos meses antes, y que había permanecido al lado de su ama, como uno de esos cortesanos de la desgracia que con menos mérito alardean de fidelidad en esferas más altas. A primera vista la mujer aquella parecía imagen de la Muerte esperando su presa.

¡Ah, Dios, ah Dios! decía una pobre mujer, demacrada á fuerza de ayunar; delante de no hay rico, no hay pobre, no hay blanco, no hay negro... ¡ nos harás justicia! , le contestaba el marido; con tal que ese Dios que predican no sea pura invencion, ¡un engaño! ¡Ellos son los primeros en no creer en él!

¡Qué aparición, querido mío, la de aquella niña olvidada, demacrada, vestida con una bata blanca, flexible y sedosa, que le daba un aspecto de figura antigua! Con sus cabellos obscuros separados en la frente y unidos por detrás en una gruesa trenza, y con el tímido asombro de sus ojazos, un poco hundidos, parecía un ser celestial.