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La sin par Dulcinea del Toboso es quien es, y la señora doña Belerma es quien es, y quien ha sido, y quédese aquí''. A lo que él me respondió: ''Señor don Quijote, perdóneme vuesa merced, que yo confieso que anduve mal, y no dije bien en decir que apenas igualara la señora Dulcinea a la señora Belerma, pues me bastaba a haber entendido, por no qué barruntos, que vuesa merced es su caballero, para que me mordiera la lengua antes de compararla sino con el mismo cielo''. Con esta satisfación que me dio el gran Montesinos se quietó mi corazón del sobresalto que recebí en oír que a mi señora la comparaban con Belerma.

Díjome Montesinos como toda aquella gente de la procesión eran sirvientes de Durandarte y de Belerma, que allí con sus dos señores estaban encantados, y que la última, que traía el corazón entre el lienzo y en las manos, era la señora Belerma, la cual con sus doncellas cuatro días en la semana hacían aquella procesión y cantaban, o, por mejor decir, lloraban endechas sobre el cuerpo y sobre el lastimado corazón de su primo; y que si me había parecido algo fea, o no tan hermosa como tenía la fama, era la causa las malas noches y peores días que en aquel encantamento pasaba, como lo podía ver en sus grandes ojeras y en su color quebradiza.

Los espectadores son transportados después á la corte de Carlomagno, en donde justamente se celebra un suntuoso torneo con motivo del ventajoso tratado del Emperador con D. Alonso, antes de emprender la expedición á España. Aquí encontramos á Rolando, á Reinaldos y á los demás paladines, y asistimos á los amores, tan renombrados en los romances, de Belerma y Durandarte.

Para un impío racionalista, tan absurdos son los retozos de Sancho con las Pléyades, como la conversación y los lances del hidalgo manchego con Montesinos, Durandarte y Belerma. ¿Por qué, para un espíritu religioso, han de ser fanáticos el doctor eximio Suarez, el glorioso Ignacio de Loyola, Melchor Cano y Domingo de Soto, y han de ser unas criaturas muy juiciosas y razonables Wiclef, Knox, Lutero y Calvino?

Comienza luego la batalla, en cuya bellísima descripción se aprovechan, cuando conviene, los romances populares. Se ve á Durandarte moribundo, que encarga á un compañero de armas que lleve su corazón á Belerma. El tercer acto comienza con un episodio, utilizando la leyenda titulada La peña de Francia.

Oyendo lo cual el venerable Montesinos, se puso de rodillas ante el lastimado caballero, y, con lágrimas en los ojos, le dijo: ''Ya, señor Durandarte, carísimo primo mío, ya hice lo que me mandastes en el aciago día de nuestra pérdida: yo os saqué el corazón lo mejor que pude, sin que os dejase una mínima parte en el pecho; yo le limpié con un pañizuelo de puntas; yo partí con él de carrera para Francia, habiéndoos primero puesto en el seno de la tierra, con tantas lágrimas, que fueron bastantes a lavarme las manos y limpiarme con ellas la sangre que tenían, de haberos andado en las entrañas; y, por más señas, primo de mi alma, en el primero lugar que topé, saliendo de Roncesvalles, eché un poco de sal en vuestro corazón, porque no oliese mal, y fuese, si no fresco, a lo menos amojamado, a la presencia de la señora Belerma; la cual, con vos, y conmigo, y con Guadiana, vuestro escudero, y con la dueña Ruidera y sus siete hijas y dos sobrinas, y con otros muchos de vuestros conocidos y amigos, nos tiene aquí encantados el sabio Merlín ha muchos años; y, aunque pasan de quinientos, no se ha muerto ninguno de nosotros: solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora, en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha, las llaman las lagunas de Ruidera; las siete son de los reyes de España, y las dos sobrinas, de los caballeros de una orden santísima, que llaman de San Juan.

En efecto, ahora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño, o se marchitan como la flor del campo. ¡Oh desdichado Montesinos! ¡Oh mal ferido Durandarte! ¡Oh sin ventura Belerma! ¡Oh lloroso Guadiana, y vosotras sin dicha ijas de Ruidera, que mostráis en vuestras aguas las que lloraron vuestros hermosos ojos!

Las aves huyen de él; los animales, Oyendo su estruendo, sin pereza Caminan, no parando apresuradas, Y con temor las colas enroscadas. Despues está Guaira, ciudad enferma, Y que por Malgarejo fué poblada. Mas él, podrá decir cierto Belerma, De mi para mi mal fué engendrada.