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A más de todas las contrariedades en cuanto á la marcha que tienen los barcos de vela, hay otras, mucho, muchísimo mayores. Da la pícara casualidad que los barcos de vela en que hemos hecho viajes largos, pertenecen á armadores amigos y ... qué demonios, la amistad ha de ser un poco indulgente, dejando quieto el pico de la manta.

El cual estaba muy quieto de aquella zozobra, porque él no hacia guerra á nadie ni procuraba tomar ni quitar á nadie lo suyo.

Este vagó todavía un rato de grupo en grupo escuchando comentarios. Tenía ganas de irse, pero había visto en un corro cerca de la puerta a su antiguo maestro y ex amigo Rojas. Desde la publicación de los artículos había evitado cuidadosamente el tropezar con él y por no pasar cerca se estuvo quieto. En el amplio corredor iluminado resonaban cada vez más altas las voces de los socios.

Se sentaba en el rincón más oscuro del salón de espera durante unos veinte minutos, permanecía quieto y silencioso y luego se retiraba tal como había venido, si por acaso no encontraba al mayordomo Luis Morel, persona que hacía el servicio especial del ministro.

Primero estuvo hablando conmigo; preguntome varias cosas y me contó otras muy chuscas y divertidas. Después díjome que me estuviese quieto: sentí sus dedos en mis párpados.... Al cabo de un gran rato dijo unas palabras que no entendí: eran palabras de medicina. Mi padre no me ha leído nunca nada de Medicina. Acercáronme después a una ventana.

Soy el gran hechicero Meñique, y con una palabra que le diga a mi hacha te corta la cabeza. no sabes con quién estás hablando. ¡Quieto donde estás! Y el gigante se quedó quieto, con las manos a los lados, mientras Meñique abría su gran saco de cuero, y se puso a comer su queso y su pan. ¿Qué es eso blanco que comes? preguntó el gigante, que nunca había visto queso.

Lisonjeó mucho a la Tribuna el ver que se habían con ella lo mismo que con las señoritas, y auguró bien del rendido galán. Mas tan luego como la noche cauta señoreó absolutamente el escenario, Baltasar creyó poder apoderarse a hurto de una mano morena, hoyosa y suave al tacto como la seda. Amparo pegó un respingo. Estese usted quieto.... Y va de dos veces que se lo digo, caramba.

Pues diré que últimamente me paseaba sobre el grandísimo montón de tierra que yo había echado sobre aquellas penas sepultadas.... Algunas veces no iba segura, porque me parecía que sentía moverse debajo de mis pies la tierra... pero yo, valiente como debía serlo, daba golpes con los pies y todo se quedaba entonces quieto.... ¿Ve usted qué pamplinas?...

Cuando se fue el Menut, media hora después, los camaradas le acompañaron. Le hicieron mil ofrecimientos. Ellos se encargarían de ajustar las paces por la noche; pero mientras tanto, quieto en casa, y a evitar un mal encuentro, no saliendo en todo el día. Despertábase la ciudad.

La mayor habíase sentado de nuevo en la piedra y tenía en la falda al más pequeño, al que daba golpes intermitentes para hacerle estarse quieto.