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Venga la peseta. Tome usted la peseta. Otra para el papel del recibo..., porque no te pienses que te los voy a dar sin recibo. ¿Otra peseta?... Ahí va. Váyase usted pronto. ¡Ay!, ¡qué día está! dijo Isidora mirando con tristeza al balcón, cuyos cristales, azotados por la lluvia, sonaban con estrépito de perdigonada. ¡Si fueran monedas de cinco duros...! Voy a dar un beso a Riquín.

Y vuestra merced no se cure de ir por agora a ver a mi señora Dulcinea, sino váyase a matar al gigante, y concluyamos este negocio; que por Dios que se me asienta que ha de ser de mucha honra y de mucho provecho. -Dígote, Sancho -dijo don Quijote-, que estás en lo cierto, y que habré de tomar tu consejo en cuanto el ir antes con la princesa que a ver a Dulcinea.

Juanita, después de los saludos de costumbre, dijo a don Paco, que pretendía que le abriese: Mi madre no ha vuelto aún. No cuándo volverá. Estando yo sola no me atrevo a abrir a usted la puerta y a dejarle entrar. La gente murmura ya contra nosotros, y murmurará mil veces más si yo tal cosa hiciera. Váyase usted, pues, y perdóneme que no le reciba.

A lo que el mayordomo dijo: -Señor gobernador, de muy buena gana dejáramos ir a vuesa merced, puesto que nos pesará mucho de perderle, que su ingenio y su cristiano proceder obligan a desearle; pero ya se sabe que todo gobernador está obligado, antes que se ausente de la parte donde ha gobernado, dar primero residencia: déla vuesa merced de los diez días que ha que tiene el gobierno, y váyase a la paz de Dios.

¡Ay don Ceferino, qué bien me está usted haciendo! exclamó, dándome un abrazo y rozando con su estupenda nariz mi oreja izquierda. Nada, váyase usted tranquilo. usted algunas vueltas por ahí, y luego, dentro de una media horita, cuando ya Fernanda se haya ido, entra usted en casa. Estoy seguro de que Matildita tiene para usted una buena noticia.

Váyase usted, que yo me quedo replicó ella impávida. ¿Pero estás loca?... No estoy loca. Es que... Pero ¿ buscas a alguien? ¿Esperas a alguien?». Isidora no apartaba sus ojos de aquella puerta pequeña por donde entra y sale toda la política de España. «Vaya, que tienes unas cosas... Ya van a dar las diez». Isidora no le hizo caso.

Fácil es comprender que no busco á ese viejo, cuyo trato aleja en vez de atraer á las personas. ¿Pero qué quiere decir? ¿á qué viene usted? le preguntó Clara con ligera expresión de alarma. Estoy sola, váyase usted. Por lo mismo no me voy. Si usted no se va, llamaré, gritaré, dijo Clara, resuelta sin duda á hacer lo que decía.

Anda, anda. Hoy estrena zapatos y calzones. Yo no de dónde ha sacado los cuartos. Yo le dije, digo: «¿Has descargado la borrica?»; y él me dijo, dice: «Váyase usted al acá y al allá». Pues por ahí te pudras. Está..., vamos, si usted le ve, no le conoce. Le ha dado el accidente cinco veces, y parece un pergamino mojado. Los ojos se le saltan del casco, las manos le tiemblan y la lengua es un estropajo. A veces se pone a dar vueltas, y marea, hija, marea. En fin, yo no qué va a ser de él. No trabaja, no sirve para nada. Modesto le da consejos; calcule usted... ¡Modesto, consejos!

No contenía más que unos cuantos renglones. «Carmen está muy grave. Ya el doctor mandó que se disponga, y a las cinco recibirá el Viático. Vente luego, luego; pide permiso, que el señor don Carlos no te lo ha de negar. Considérame». Puse la cartita en manos de don Carlos. Leyóla de una ojeada, y exclamó: Pues que ensille Mauricio, y ¡vayase usted!

Ya verás mañana á la noche si hablo ó no. Es que cuando voy á empezar me hace unas cosquillas la lengua ... y me trabo. Pero no tengas cuidado que los voy á dejar aturrullados. ¡Serenata á Morillo! dijeron cien voces. Señores exclamó uno de los mas célebres oradores de la Fontana váyase cada uno á su casa, que estos desórdenes nos van á desacreditar. Cada uno en paz á su casa; nada de gritos.