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Actualizado: 11 de mayo de 2025
El era el único transeunte: en las aceras vagaban perros y gatos abandonados. Sus recuerdos militares le enardecían como soplos de gloria. Yo he visto el paso de los marroquíes... He visto los zuavos en automóvil. La misma noche que Julio había salido para Burdeos, él vagó hasta el amanecer, siguiendo una línea de avenidas á través de medio París, desde el león de Belfort á la estación del Este.
Los recién casados, creyendo que si el vejete no les daba de almorzar, no les negaría su bendición, fueron allá muy gozosos; pero el Demonio, que jamás descansa, hizo que Carnicero tuviese noticias ciertas aquella misma mañana de las traicioncillas de Pipaón y de los soplos infames que había llevado a la antecámara de Su Majestad la Reina Cristina.
Abrió el balcón del despacho de par en par. Ya había salido la luna, que parecía ir rodando sobre el tejado de enfrente. La calle estaba desierta, la noche fresca; se respiraba bien; los rayos pálidos de la luna y los soplos suaves del aire le parecieron caricias. «¡Qué cosas tan nuevas, o mejor tan antiguas, tan antiguas y tan olvidadas estaba sintiendo! Oh, para él no era nuevo, no, sentir oprimido el pecho al mirar la luna, al escuchar los silencios de la noche; así había él empezado a ponerse enfermucho, allá en los Jesuitas: pero entonces sus anhelos eran vagos y ahora no; ahora anhelaba... tampoco se atrevía a pedir claridad y precisión a sus deseos.... Pero ya no eran tristezas místicas, ansiedades de filósofo atado a un teólogo lo que le angustiaba y producía aquel dulce dolor que parecía una perezosa dilatación de las fibras más hondas...». La sonrisa de la Regenta se le presentó unida a la boca, a las mejillas, a los ojos que la dieran vida... y recordó una a una todas las veces que le había sonreído. En los libros aquello se llamaba estar enamorado platónicamente; pero él no creía en palabras. No; estaba seguro que aquello no era amor. El mundo entero, y su madre con todo el mundo, pensaban groseramente al calificar de pecaminosa aquella amistad inocente. ¡Si sabría él lo que era bueno y lo que era malo! Su madre le quería mucho, a ella se lo debía todo, ya se sabe, pero... no sabía ella sentir con suavidad, no entendía de afectos finos, sublimes... había que perdonarla. Sí, pero él necesitaba amor más blando que el de doña Paula... más íntimo, de más fácil comunión por razón de la edad, de la educación, de los gustos...
Delante de él se abrían en el corazón de Carmen todas las grietas profundas del dolor, porque aquel corazón atormentado pedía paz y calma y suspiraba por descansar en otro corazón blando y generoso; pero cada día una nueva meditación religiosa traía sobre aquellas ansias su mandato austero y rígido, helado como los soplos invernales que gemían en la casona al través de todas las rendijas de los muros y de las puertas.
Y cuenta que ambos chismes podrían ser igualmente necesarios, porque el astro diurno, encapotado por nubarrones que amenazaban chubasquina, despedía claridad lívida y sorda, y a veces por la ahogada calma de la atmósfera atravesaban soplos de aire encendido, bocanadas de solano que amagaban tempestad.
Era el ansia henchida de gozo del glotón que se encuentra frente a su plato favorito después de largo ayuno. Por aquel rostro encendido, brillante, pasaba una muchedumbre de soplos cálidos, cargados de congojas, sobresaltos y anhelos voluptuosos, en revuelta y vaga confusión.
Los había que estaban ya segados y exhalaban por sus heridas todavía abiertas el calor almacenado en su seno. Otros conservaban su onduloso manto de espigas, que empezaba á estremecerse bajo los primeros soplos de la brisa nocturna. Las máquinas agrícolas se destacaban sobre el rojo sombrío del horizonte como animales monstruosos que empezasen á surgir de las profundidades de la noche.
Quizás empiece otra.... Pero, al fin y al cabo, también tendremos aquí esos caminitos, aunque sólo sea para muestra. D. Salvador dice que se extenderán por toda la tierra, y que hasta las regiones más incultas llegará esa máquina que corre a soplos. ¿Y la veremos por aquí, por este caminejo? ¿Por qué no? Y podremos decir: «A Madrid...».
Ya ve: un torero es... un torero, y no va a viví como un fraile de la Mersé. Me han dicho que vas con mujeres malas. ¡Mentira!... Eso era en otros tiempos, cuando no te conosía... ¡Hombre! ¡Mardita sea! Quisiera yo conosé al hijo de cabra que te yeva esos soplos... ¿Y cuándo nos casamos? continuaba ella, cortando con esta pregunta la indignación del novio.
Sus mayores congojas eran el tomar el primer alimento: unos caldos insípidos, desabridos, que don Víctor enfriaba a soplos, soplando con fe y perseverancia, dando a entender su celo y su cariño en aquel modo de soplar. El ideal del caldo, según Quintanar, nunca lo realizaban las criadas de Vetusta.
Palabra del Dia
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