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Actualizado: 14 de julio de 2025
Hacía ya tiempo que nadie le hablaba de caza y sintió renacer dentro de sí aquella antigua afición que la dominaba. Pero cuando el criado cerró la puerta, cuando oyó al marquesito gritar aún desde la escalera: «Muchos recuerdos a Tristán: dígale usted que ya le veré uno de estos días», entonces nació repentinamente en su alma una inquietud. ¿Cómo tomaría su marido aquella visita?
Estaba tomándola el pulso a su modo. Clavó con sus ojos menudos los de Ana y repitió: ¿No sabes lo de Álvaro? El pulso se alteró, lo sintió ella con gran satisfacción. «A mí con santidades, pensó; pulvisés, como dijo el otro». ¿Qué le pasa? ¿qué se ha marchado? Ya lo sé. No, no es eso. ¿Qué? ¿No se ha marchado? Nueva alteración del pulso, según Visita.
El pobre Godofredo se sintió tan abatido que, mientras miraba con espanto a su amigo, algunas lágrimas brotaron a sus ojos y resbalaron por sus tersas mejillas. Nadie lo advirtió, embebidos como estaban en la disputa. Mas cuando Moreno, en un rapto de feroz incredulidad, gritó que para él nuestro Redentor no era más que un judío exaltado, dejose oír un sollozo. Todos volvieron la cabeza.
Por fin, a eso de las nueve y media, cuando el médico se fue, sintió doña Lupe un rebullicio, luego cuchicheos en el pasillo. Fortunata había entrado, y hablaba muy bajito con Patria. La mente de la viuda, en la cual hasta entonces todo era confusión y vaguedades, empezó a dar de sí los juicios más extraños, ideas de atrevido alcance y de un pesimismo aterrador.
A aquella pregunta de Dorotea, pregunta hecha con sinceridad, con candor, con anhelo, Montiño sintió una especie de vértigo. Dorotea se había transfigurado; su alma, un alma entusiasta, enamorada, noble, se exhalaba de su mirada, de la expresión de su semblante, de su boca trémula, de su acento cobarde, ardiente, opaco.
Cuando la vió aparecer de nuevo con un mantón sobre los hombros y pañuelo de seda á la cabeza sintió tanta compasión que le dijo, alzándose de la silla: Vamos, niña... vamos donde tú quieras. Gracias, Manolo replicó la joven con voz temblorosa. Salte fuera y aguárdame en la esquina. Necesito que venga Joselillo... pero no tardará.
En Galípoli, aunque lejos, se sintió el ruido y voces confusas, con que los nuestros tomaron las armas, y quisieron salir á reconocer la campaña, y certificarse del daño que temian; pero Berenguer de Entenza y los demás Capitanes detuvieron el ímpetu de los soldados, que en todo caso querian que se les diese franca la salida; y como la obediencia de aquella gente no estaba en el punto que debiera, no se atrevió Berenguer á enviar algunas tropas á batir los caminos, y tomar lengua, porque temió que tras de ellas seguiria el resto de la gente, y quedaria Galípoli sin defensa, de cuya conservacion pendia la salud comun.
Por primera vez conseguía llorar, y esto pareció darle cierto alivio. La presencia del piloto le devolvía á la vida; se aglomeraron en su memoria los olvidados recuerdos de negocios y viajes. Tòni resucitaba todas las energías del pasado; era como si el Mare nostrum viniese en busca de él. Sintió vergüenza y remordimiento.
La joven se aproximó aún más y gravemente puso los labios en el blanco rostro de su madre. Si aquel beso tuvo propósito de llegar al corazón, cosa que debe ponerse en duda, se quedó en la mitad del camino. La noble dama no lo sintió llegar. Su frente se arrugó. De sus ojos se borró la expresión de enternecimiento.
Un baccio, un baccio murmuraba ella gritando con voz baja, apasionada. Y entre los sueños de una voluptuosidad ciega y loca, la veía Bonifacio casi desvanecido; después no oyó ni sintió nada, porque cayó redondo, entre convulsiones.
Palabra del Dia
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