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Comer, beber, dormir y retratar a todo bicho viviente que cruzaba ante la magnífica lente de su cámara oscura eran las útiles tareas que llenaban y aun hacían rebosar la vida de aquel ilustre prócer, a cuyos abuelos cabía tanta parte en las gloriosas empresas de la antigua España.

Se echó á la calle y dió vueltas en todos sentidos esperando las diez. ¡Cuánto tardaban en sonar! Media hora antes se situó frente al palacio del prócer. Desde allí vió entrar muchas señoras y caballeros; ellas rebujadas en largos abrigos con faldas resonantes de seda, ellos con botas de charol y sombrero de copa alta más reluciente aún que las botas. Al cabo también ella vino.

Desembocaron al fin en una plaza o plazoleta, en el centro de la cual trabajaban algunos obreros levantando un artístico pedestal de mármol. Es el pedestal para la estatua del señor duque dijo el director de las minas en voz alta. ¡Ah! ¿Con qué van a colocar ahí su estatua, duque? exclamaron unos cuantos rodeando al prócer. Este se encogió de hombros haciendo un gesto de desprecio. No .

Decidió por fin legar todo su caudal a algún amigo, y resolvió hacerlo a favor del Príncipe de Sant' Andrea, prócer bondadoso y magnánimo Mecenas. Instituyo por mi único y universal heredero, empezaba a dictar el Cardenal, cuando sonó leve toque en una puerta. ¡Adelante! exclamó el Prelado, y apareció en el umbral un sirviente vestido de negro.

Villamelón, muy contrito de su falta, prometió remediarla al día siguiente, cuando fuese a Chamartín a inspeccionar los períodos de la incubación artificial, que ocupaba en aquella época toda su atención y todo su tiempo. Diógenes, al saber las nuevas aficiones del ilustre prócer, había dicho: No hay que extrañarse... Está clueco.

La edad del prócer y la de su esposa parecía alejar todo motivo de celos. Sin embargo, «aquellas mojigangas iban picando ya en historia». Un día, hallándose a solas con Cecilia, le preguntó de pronto bruscamente: Vamos a ver, Cecilia, ¿a ti qué te parece de la intimidad que va adquiriendo mi mujer con el Duque? La joven quedó sorprendida.

Representaba allí el dinero, es decir, la fuerza de las fuerzas y la energía de «las energías del país», y su voz, expresión sincera de su adhesión incondicional al Gobierno, y de su amistad intensísima e imperecedera a la familia del «prócer generoso» que le escuchaba, debía resonar también en aquellos ámbitos.

Por un lado se veía á un antiguo prócer del tiempo del Rey nuestro señor don Felipe III, con la cara escuálida, largo y atusado bigote, barba puntiaguda, gorguera de tres filas de canjilones, vestido negro con sendos golpes de pasamanería, cruz de Calatrava, espada de rica empuñadura, escarcela y cadena de la Orden teutónica; á su lado una dama de talle estirado y rígido, traje acuchillado; gran faldellín bordado de plata y oro, y también enorme gorguera, cuyos blancos y simétricos pliegues rodeaban el rostro como una aureola de encaje.

Viéndoles juntos, se observaba extraordinario parecido entre el señor de la Lage y su sobrino carnal: la misma estatura prócer, las mismas proporciones amplias, la misma abundancia de hueso y fibra, la misma barba fuerte y copiosa; pero lo que en el sobrino era armonía de complexión titánica, fortalecida por el aire libre y los ejercicios corporales, en el tío era exuberancia y plétora; condenado a una vida sedentaria, se advertía que le sobraba sangre y carne, de la cual no sabía qué hacer; sin ser lo que se llama obeso, su humanidad se desbordaba por todos lados; cada pie suyo parecía una lancha, cada mano un mazo de carpintero.

Era la hora del ocaso y los rayos del sol que se ponía hacían más intensa la roja vestidura del prócer. Al principio el regreso del Conde fué escasamente comentado en la Ciudad, porque había casi, desaparecido su memoria.