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El acuchillado escribano de Pilatos, no causó en nosotros extrañeza, puesto que ya habíamos visto á un personaje de las cruzadas luciendo un descomunal morrión de la milicia nacional, traído por un cabanista. Para muestra, creemos basta con ese ... morrión. Parece imposible que las fisonomías de los pueblos varíen tan en absoluto, mediando entre cortas distancias.

Por un lado se veía á un antiguo prócer del tiempo del Rey nuestro señor don Felipe III, con la cara escuálida, largo y atusado bigote, barba puntiaguda, gorguera de tres filas de canjilones, vestido negro con sendos golpes de pasamanería, cruz de Calatrava, espada de rica empuñadura, escarcela y cadena de la Orden teutónica; á su lado una dama de talle estirado y rígido, traje acuchillado; gran faldellín bordado de plata y oro, y también enorme gorguera, cuyos blancos y simétricos pliegues rodeaban el rostro como una aureola de encaje.

Trataba en vidas y era tendero de cuchilladas, y no le iba mal. Traía la muestra de ellas en su cara, y por las que le habían dado concertaba tamaño y hondura de las que había de dar. Decía: «No hay tal maestro como el bien acuchillado»; y tenía razón, porque la cara era una cuera y él un cuero. Díjome que me había de ir a cenar con él y otros camaradas, y que ellos me volverían al mesón.

Y a veces suele ser su desnudez tanta, que un coleto acuchillado le sirve de gala y de camisa, y en la mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del cielo, estando en la campaña rasa, con sólo el aliento de su boca, que, como sale de lugar vacío, tengo por averiguado que debe de salir frío, contra toda naturaleza.

Si no, díganme: ¿quién más honesto y más valiente que el famoso Amadís de Gaula?; ¿quién más discreto que Palmerín de Inglaterra?; ¿quién más acomodado y manual que Tirante el Blanco?; ¿quién más galán que Lisuarte de Grecia?; ¿quién más acuchillado ni acuchillador que don Belianís?; ¿quién más intrépido que Perión de Gaula, o quién más acometedor de peligros que Felixmarte de Hircania, o quién más sincero que Esplandián?; ¿quién mas arrojado que don Cirongilio de Tracia?; ¿quién más bravo que Rodamonte?; ¿quién más prudente que el rey Sobrino?; ¿quién más atrevido que Reinaldos?; ¿quién más invencible que Roldán?; y ¿quién más gallardo y más cortés que Rugero, de quien decienden hoy los duques de Ferrara, según Turpín en su Cosmografía?

Rostro acuchillado con varios chirlos y jirones tan bien avenidos y colocados de trecho en trecho, que más parecían nacidos en aquella cara que efectos de encuentros desgraciados; mirar bizco, como de quien mira y no mira; barbas independientes, crecidas y que daban claros indicios de no tener con las navajas todo aquel trato y familiaridad que exige el aseo; ruin sombrero con oficios de quitaguas; capa de éstas que no tapan lo que llevan debajo, con muchas cenefas de barro de Madrid; botas o zapatos, que esto no se conocía, con más lodo que cordobán; uñas de escribano, y una pierna de dos que tenía, en vez de sustentar la carga del cuerpo, le servía a éste de carga, y era de él sustentada, por donde del tal corredor se podía decir exactamente aquello de que Tripas llevan pies; metal de voz, además, que a todos los ruidos desapacibles se asemejaba, y aire, en fin, misterioso y escudriñador.

Así nosotros, que hemos acuchillado y desbaratado tan a menudo nuestras instituciones, debemos dejarlas en paz y sin ponerlas a prueba de nuevo, considerarlas firmes y buenas, aunque disten algo de serlo. Nuestra manía de legislar nos perjudica mucho, desacreditando las leyes por efímeras y caducas, e induciéndonos a no cumplirlas. Si han de ser pronto derogadas, ¿para qué su cumplimiento?

Iba en jubón de holanda blanca acuchillado , con una enaguas blancas de cotonía , zapato de ponleví , con escarpín sin media, como es usanza en esta tierra entre la gente tapetada , que a estas horas se subía a su azotea a tocar de la tarántula con un peine y un espejo que podía ser de armar ; y el Cojuelo, viendo la ocasión, se le pidió con mucha cortesía para el dicho efeto, diciendo: Bien puede estar aquí la señora Güéspeda; que yo que tiene inclinación a estas cosas.

Sentíase de improviso asido por mil coléricas manos; sentíase arrastrado por las mujeres, pellizcado por los chicos y acuchillado por los hombres, hasta que su existencia se apagaba con horrible choque en la fría profundidad de un pozo. El invasor no encontraba asilo en ninguna parte, y forzosamente encerrado en los límites del Cuartel General, veía conjurados contra hombres y Naturaleza.

Traía la muestra de ellas en su cara, y por las que le habían dado concertaba tamaño y hondura de las que había de dar; decía: "No hay tal maestro como el bien acuchillado"; y tenía razón, porque la cara era una cuera y él un cuero. Díjome que me había de ir a cenar con él y otras camaradas, y que ellos me volverían al mesón.