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Actualizado: 17 de junio de 2025
Era como árbol frondoso, rico en flores y frutos, cuyas raíces no penetraban hondo en la tierra y que el ímpetu de los vientos podía sacar fácilmente de cuajo. Era como la estatua simbólica, que Nabucodonosor vio en sueños, con la cabeza de oro y los pies de barro y que una piedrecilla, que de improviso rodó de la montaña, desmenuzó y redujo a polvo.
Pasaba sin querer detenerse, contemplando con lástima a los que penetraban en el sitio maldito, viejos y jóvenes, espoleados todos por la misma idea de crear fortuna sobre base de arena; mirábales al rostro y sorprendíale la palidez intensa, la mirada inquieta, el respirar anheloso, de los que corren tras una quimera, como tras la mariposa un niño, y a intervalos, ya ponen sobre ella la mano, como la retiran desengañados, se agitan, se revuelven y consumen en estériles esfuerzos.
En cuanto a Luisa, la hija de los heimatshlos, era una muchacha esbelta, fina, de afiladas y delicadas manos, de ojos de un azul celeste y tan dulces que penetraban hasta el fondo del alma de quien los veía; su tez era blanca como la nieve; sus cabellos, rubios como el oro, tan suaves como la seda, y los hombros, oblicuos como los de una virgen en oración.
No puede afirmarse que la Nela entendiera el anterior discurso, pronunciado por Golfín con tal vehemencia y brío que olvidó un instante la persona con quien hablaba. Pero la vagabunda sentía una fascinación extraña, y las ideas de aquel hombre penetraban dulcemente en su alma hallando fácil asiento en ella.
Toda una avalancha de cabellos se escapó y esparció en torrentes, en largas cascadas sobre los hombros de Bettina, que se encontraba ante una ventana por donde penetraban los rayos del sol... y aquella luz radiante que daba de lleno sobre su cabellera de oro, ponía en un cuadro delicioso la espléndida belleza de la joven.
Por un lado las torres estaban completas y los muros ostentaban ventanales gemíneos con vidrieras de colores. En el extremo opuesto se pudría el maderamen de los andamios; las paredes, sin terminar, descendían en ángulo recto, y el viento y la lluvia penetraban en los futuros salones, faltos de un cuarto muro que los cerrase, completamente visibles como los decorados de teatro.
Hexe-Baizel, trae un asiento a Hullin. Luego sentose el contrabandista en el hogar, con la espalda hacia el fuego y frente a la puerta abierta, por la que penetraban juntos los vientos de Alsacia y de Suiza.
Penetraban en las cuadras, se escurrían entre las patas de las bestias, repitiendo su quejido por la muerte de Mari-Cruz; corrían, ciegos por las lágrimas, tropezando con las esquinas, con los marcos de las puertas, volcando en su carrera aquí un arado, más allá una silla y seguidos por los perros libres de cadena que les acosaban por todo el cortijo, uniendo sus ladridos a los desesperados lamentos.
Hablaba de repente, llamas de amor místico subían de su corazón a su cerebro, y el púlpito se convertía en un pebetero de poesía religiosa cuyos perfumes inundaban el templo, penetraban en las almas. Sin pensar en ello, Fortunato poseía el arte supremo del escalofrío; sí, los sentía el auditorio al oír aquella palabra de unción elocuente y santa.
Más allá de donde estaba el silencioso monje, cuyos penetrantes ojos misteriosos estaban fijos en mí de una manera tan inquisitiva, se veían lejanos puntos obscuros, atravesados de trecho en trecho por rayos de luces multicolores que penetraban por alguna gran ventana, y mucho más allá colgaba del alto y abovedado techo la roja luz tenue de la lámpara del santuario.
Palabra del Dia
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