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De un año a otro Celestina piensa con ardor en la cantidad de novedades que podrá introducir en los pasteles y por toda recompensa no ambiciona más que cumplimientos, lo que, entre paréntesis, no le falta, pues todas conocen su flaco y la adulan. A las dos y media empezó a oírse la campanilla. Genoveva, Petra, Paulina y Francisca llegaron de las primeras. Siguioles de cerca la señorita Sarcicourt.

El cura se fue a poner su sobrepelliz y su estola. Juan condujo a madama Scott al banco reservado, desde siglos atrás, a las dueñas de Longueval. Paulina tomó la delantera y esperó a Bettina a la sombra de un pilar de la iglesia, para hacerla subir por una escalera estrecha y empinada, e instalarla ante el armonium.

Solamente más adelante... Queremos un marido que haya llegado. ¿Verdad, Paulina? , mamá. En la industria y en el alto comercio se encuentran muy buenas posiciones dijo la de Aimont, que no quería que se creyese la verdad, es decir, que dejaría a Paulina casarse con un vejestorio con tal de que hubiese llegado.

Madama Scott y miss Percival iban y venían, examinando con infantil curiosidad la instalación del cura. El jardín, la casa, todo es precioso aquí decía madama Scott. Las dos entraron resueltamente a la cocina. El abate Constantín las seguía sofocado, azorado, estupefacto ante tan brusca y repentina invasión americana. La vieja Paulina miraba a las dos extranjeras con aire inquieto y sombrío.

Tal era el subteniente de artillería que el sábado 28 de mayo de 1881, a eso de las cinco de la tarde, echó pie a tierra ante la puerta del presbiterio del Longueval. Entró seguido dócilmente por su caballo, que por mismo fue a colocarse bajo una especie de establo que había en el patio. Paulina se hallaba en la ventana de la cocina. Juan se acercó y la besó con cariño en las dos mejillas.

Vamos a ver, Magdalena me gritó desde el umbral de la puerta, vengo a saber por qué desapareces así de la circulación. ¿Por qué no has ido a casa de Petra ni a la de Paulina?... Te hemos echado mucho de menos... Si supieras cómo nos hemos reído... La de Brenay se cree ya suegra del Barón de Erinois; habla de él con un orgullo extravagante y mima a las chiquillas cuanto puede...

no sientes nada, como todo el mundo... Pregunta a Francisca, a Petra y a Paulina, y a tantas otras, lo que pensarían si se encontrasen en una situación tan ridícula. ¡Bah! se lo preguntaré cuando lo estén, porque llegarán como yo, querida abuela. No será por su culpa respondió la abuela, dando un gran suspiro. ¡Ah! Magdalena, si quisieras...

¡En los días de mi vida he visto una criatura más loca! exclamó doña Paulina santiguándose. ¡Ave María! ¡Ave María! ¿De quién has sacado ese genio, chiquilla? Sería de ti respondió Venturita enfoscada, sin mirar a nadie. ¡Desvergonzada!... ¡Si no fuera mirando a que hay gente delante!... ¿Cómo contestas de ese modo a tu madre, picara? ¿No sabes los mandamientos de la ley de Dios?

Buen día, mi buena Paulina, ¿cómo te va? Muy bien, ocupándome de tu comida. ¿Quieres saber lo que hay? Sopa de papas, una pata de carnero y crema. ¡Admirable! Adoro todo eso y me muero de hambre. Y ensalada, se me olvidaba ensalada que me ayudarás a preparar. Comerán a las seis y media en punto, porque esta noche, a las siete y media, comienza el mes de María. ¿Dónde está mi padrino?

Y se deduce ligeramente que todas las solteronas se encuentran en este caso ridículo y no forman en su conjunto más que una gran colección de «dejadas por cuentaEs injusto exclamé con emoción. No, Magdalena respondió sencillamente la de Ribert. Supongamos que Francisca, Petra y Paulina no se casen. ¿Qué pensará usted?