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Actualizado: 30 de septiembre de 2025
Corrí a recibir a Paulina, una de mis buenas amigas, y la coloqué al lado de Francisca, después de haberme inclinado delante de la de Aimont, que me respondió con un vigoroso shake-hand. Muy amable y jovial la señora de Aimont.
No tendré otro día como éste en mi vida, pero lo habré tenido. ¿Sabéis cuánto daré hoy, Paulina? ¿Cuánto, señor cura? ¡Mil francos! ¡Mil francos! Sí, ahora somos millonarios; poseemos todos los tesoros de la América, ¿y me pondría a hacer economías? Hoy no, no tengo derecho a ello. Dicha la misa, a las nueve, salió y hubo una verdadera lluvia de oro a su paso.
Las epístolas de San Pablo son los documentos más antiguos y fehacientes del cristianismo; son propiamente obra de la fe, de la voluntad de creer. San Pablo no exigía virtudes heroicas; antes bien, virtudes moderadas. Hay un oportunismo de la virtud, que es la verdadera doctrina paulina.
No ignoro que los varones religiosos y los santos, que deben servirnos de ejemplo y dechado, cuando tuvieron gran familiaridad y amor con mujeres, fue en la ancianidad, o estando ya muy probados y quebrantados por la penitencia, o existiendo una notable desproporción de edad entre ellos y las piadosas amigas que elegían; como se cuenta de San Jerónimo y Santa Paulina, y de San Juan de la Cruz y Santa Teresa.
La duquesa se levantó como movida por un resorte y corrió hacia su hija; pero ésta no tenía necesidad de apoyo. Besó a su madre y con paso firme y resuelto, el paso de los mártires, avanzó hasta la cama. Iba vestida de blanco, como Paulina en el quinto acto de Poliuto. Un pálido rayo del sol de enero caía sobre su frente, formando como una aureola.
Al fin la niña desahogó el pecho oprimido y dijo con voz cortada por los sollozos: Hoy han estado en casa Paulina y Segunda y me llevaron a la tienda de Joaquina antes de venir a la novena... y allí comenzaron a burlarse de mí... ¡Me dijeron unas cosas tan malas! ¿Qué te han dicho?
Entretanto, Paulina, en un rincón de la pieza hablaba con mucha animación y misterio con miss Percival. Su conversación terminó con estas palabras: ¿Vos estaréis allí? decía Bettina. Sí, estaré. ¿Y me diréis en qué momento? Os lo diré, pero cuidado... ahí viene el señor cura, y es preciso que ni sospeche...
La misma pieza del piso bajo, servía de salón y comedor con puerta de comunicación para la cocina; esta pieza estaba adornada con los muebles más precisos: dos viejos sillones, seis sillas de paja, un aparador y una mesa redonda, sobre la cual Paulina había puesto ya los asientos del abate y de Juan.
Los que pudieran arriesgarse no se atreven, y los que serían aceptados no se presentan. Paulina sufre con invariable buen humor los inconvenientes de tener una madre demasiado ambiciosa y acepta por adelantado la famosa posición venidera. A todo lo que dice su madre, responde dócilmente: Sí, mamá. Su bonita y agradable cara no refleja más que sentimientos amables y plácidos.
Tú lo has dicho replicó Pablo... Y yo la conozco a madama Scott... y vamos a divertirnos en Longueval y te presentaré... Pero todo esto causa pena al señor cura... porque es una americana, una protestante. ¡Ah! es verdad, mi pobre padrino... En fin, de eso hablaremos mañana, que iré a comer con vos: ya se lo previne a Paulina.
Palabra del Dia
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