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Actualizado: 30 de septiembre de 2025
Hace mucho tiempo que no como achicoria. Pues bien, esta noche comerás... Toma, tenme la ensaladera... Paulina comenzó a cortar la achicoria, y Juan se inclinaba para recibir las hojas en la gran ensaladera. El cura los miraba hacer. En ese momento se oyó un ruido de cascabeles. Se acercaba un carruaje que sonaba demasiado.
De las dos niñas, la primera, Cecilita, tenía ya dos años y medio; la otra, Paulina, contaba ocho meses. Lo mismo una que otra, vivían al calor maternal de su tía. Ella las lavaba, ella las vestía, las daba de comer, las sacaba a paseo, enseñaba a orar a la primera.
Algunos momentos después se detenía junto al carruaje, y dirigiéndose al cura, le dijo: Vengo de vuestra casa, mi padrino. Paulina me dijo que habíais ido a Souvigny por la venta... Y... ¿quién compró el castillo? Una americana, madama Scott. ¿Y Blanche-Couronne? La misma madama Scott. ¿Y la Rozeraie? También madama Scott. Y el bosque... ¿todavía madama Scott?
Estuvo taciturno y silencioso durante la comida. De vez en cuando sus labios se contraían con sonrisa sarcástica y murmuraba un ¡villano! ¿Qué tienes, Rosendo? se atrevió al fin a preguntarle su esposa, que ya estaba inquieta. Nada, Paulina; que la envidia produce grandes estragos en el mundo se limitó a contestar con amargura.
La distracción aumentaba de tal modo, que Cecilia tuvo que repetirle tres veces la misma pregunta: ¿Que tienes? Parece que estás con el pensamiento en otra parte. En efecto dijo él un poco colorado; me acuerdo de que hoy tengo que escribir a Londres para un negocio urgente... Además, ya son cerca de las seis. Despidióse de ella, después de doña Paulina y la tertulia, y se fué.
Lo esencial para un muchacho, afirmaba hace días la apreciable señora, después del almuerzo y cruzando la pierna es tener padrinos y lograr un empleo; ya colocado, el trabajo es poco y la paga no falta a fin de mes. Doña Paulina está tranquila acerca de la carrera de Quinito.
Es lo que yo digo algunas voces a mamá dijo Paulina un poco confusa por no ser de la opinión de su madre. Mamá, que me quiere mucho, sueña para mí con una situación brillante, y... con diez mil pesos de dote... no sé si... ¿Si conquistarás esa situación? acabó Francisca riéndose.
Cecilia retiraba la suya prontamente. Una leve nube sombría cruzaba rápidamente por su risueño semblante. Gonzalo no advertía nada. Cuando ya estaban acostadas, escuchaban sonriendo las inocentes oraciones que tiita hacía repetir a Cecilia. Paulina aun no sabía elevar su entendimiento al Ser Supremo, y hasta se rebelaba para hacer la señal de la cruz.
Miss Percival tenía el mismo acento de su hermana, los mismos grandes ojos negros, risueños y alegres, y los mismos cabellos, no rojos, sino rubios, con reflejos dorados en los que jugaba con delicadeza la luz del sol. Saludó a Juan con una graciosa sonrisa, y éste, después de entregar a Paulina la ensaladera de achicoria, se fue a buscar las dos carteras.
Diga usted a Micaela que si he tenido muchas imprudencias, la bondad con que las disculpa me hace quererla más. Y a Paulina y a Pepe y a Alfredo, y a todos mi afecto.
Palabra del Dia
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