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Nada de eso; no exagero exclamó Francisca. Quiero casarme y me casaré añadió con un fruncimiento de cejas que envejeció de un modo extraño su cara, de ordinario tan animada. ¿Y , Paulina? pregunté para evitar otra declaración de principios de Francisca. Yo dijo Paulina ligeramente sorprendida por la pregunta, haré lo que quiera mamá. ¡Dios mío! qué paloma... murmuró Francisca con despecho.

En el mismo momento, el abate Constantín está en conferencia con Paulina. Hacen sus cuentas. La situación financiera es admirable, tienen más de dos mil francos en caja. Y se han cumplido los votos de Zuzie y Bettina: ya no hay pobres en toda la comarca. La vieja Paulina, por momentos, tiene ligeros escrúpulos de conciencia. Mirad, señor cura, quizá damos demasiado.

¿Laprade? murmuró Francisca reuniendo sus recuerdos. Creo haber leído algo de ese buen señor... ¡Qué aburrido era!... Genoveva y Paulina trataron de hacer callar a Francisca, pero fue inútil felizmente, pues sus palabras se perdieron en el ruido de las despedidas. Espera me dijo Francisca al oído al tiempo de despedirse de la abuela, voy a dejar con la boca abierta a la Roubinet con mi erudición.

Creo que no, mi pobre Paulina... Rebaja pronto... pronto... Ya quisiera yo tener que rebajar algo gimió Francisca, pero no puedo disminuir mis pretensiones a no ser que me case con un gañán, con un marmitón o con un mono vestido, lo que está lejos de ser tentador. ¡Ah! suspiró la Sarcicourt; no estamos ya en los tiempos en que la gente se contentaba con una choza y un corazón...

Excelentísima señora condesa de Nacharnudo. Excelentísima señora duquesa de Bara... Recóndito asombro de esta al verse incluida en el grupo en que por exigencias de Butrón habían de figurar tan sólo mujeres honradas... La marquesa hace una pausa, examina un momento al auditorio y prosigue leyendo: Secretaria: excelentísima señora doña Paulina Gómez de Rebollar de González de Hermosilla...

Francisca, que tiene para cada cual su frase picante, exclamó un día dirigiéndose a Paulina: Lo que tienes no son ojos, sino linternas sordas... La frase ha hecho fortuna y es corriente, cuando se habla de Paulina, el decir, para distinguirla de su prima del mismo nombre, «la de las linternas sordasSu madre lo sabe y es la primera en reírse. Linternas de 10.000 pesos exclamó.

Contra este capricho protestaba a menudo Gonzalo; todos los días hablaba de quitárselo; pero su cuñada no hacía caso; ella misma se inclinaba sobre la almohada para que la niña lo satisficiese. Gonzalo se quedaba algunas veces dormido sobre la de Paulina, sobre todo cuando había ido de caza.

La de Brenay está tratando de pescar en sus redes a este incomparable capitalista, mientras la ingeniosa madre de Paulina ha descubierto en Martimprey, el pueblo de al lado, un joven industrial cuya posición es tan tentadora, que la de Aimont ha inaugurado su plan de campaña haciendo la corte al cura del pueblo, que tiene una gran influencia con el joven en cuestión...

La noche del entierro de su padre, el abate Constantín lo llevó consigo al presbiterio. El día había sido lluvioso y frío. Juan se hallaba sentado junto al fuego; el sacerdote leía su breviario; la vieja Paulina iba y venía arreglando todo. Una hora pasaron sin pronunciar una palabra, cuando Juan, de repente, levantando la cabeza dijo: Padrino, ¿mi padre me ha dejado algún dinero?

¡Ah! dije aparentando interés. Simona de Erinois dijo el otro día una frase que no tiene precio. Figúrate que se atrevió a decir a la de Brenay: «Eres amable porque quieres a papá...» Imagínate el cuadro... ¡Ah!... Lo que me parece que va bien es el matrimonio de Paulina. Según lo que cuenta la de Aimont, el joven que tiene tan bonita fortuna en Martimprey exige 20.000 pesos de dote.