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Actualizado: 21 de junio de 2025


Cansado ya de caminar sin propósito, se sentó al pie de una cruz de piedra, junto a las ruinas de un antiguo convento de San Francisco de Paula, que dista más de tres kilómetros del lugar, y allí se hundió en nuevas meditaciones, pero tan confusas, que ni él mismo se daba cuenta de lo que pensaba.

A su vez doña Paula guardó silencio y ocultó su rostro lloroso entre las manos. Transcurrieron algunos instantes. ¿Tiene alguna queja de ? ¡Qué ha de tener! ¿Quién podrá tener queja de ti, mi cordera? Entonces, si es que ya no le gusto o no me quiere, ¿qué vamos a hacer?... Más vale que me desengañe a tiempo. ¡Oh! gritó doña Paula rompiendo de nuevo a sollozar.

Echó la culpa a Nieves. Esta protestó de que no había salido palabra alguna de sus labios. Insistió doña Paula. Lloró la bordadora. En fin, un disgusto. Pues que todo se había descubierto, nada de tapujos, y pelillos a la mar. Constituyóse en la sala de atrás, la que daba a la calle de Caborana, un taller u oficina de ropa blanca, bajo la alta dirección de doña Paula, y la inmediata de Nieves.

A Francisca Cortés, mujer de Onofre Aguiló de Onofre. El Doctor Juan Bautista Oliver, Beneficiado en San Miguel. El R. P. Presentado Fray Miguel Ferrandell, Ministro que fue del Convento de la Santísima Trinidad, Calificador del Santo Oficio. El P. Fray Miguel Estela, Lector en Filosofía de San Francisco de Paula. A Catalina Pomar, Viuda de Rafael Martí menor, alias del arpa.

¿Por qué no se sienta usted? preguntóle doña Paula interrumpiendo su discurso. Estoy bien, señora; siga usted. Con aquella interrupción se turbó. No supo proseguir en algunos segundos. Al cabo murmuró: ¡Es una desgracia!... No sabe usted, señor Duque, lo que está pasando por en este momento. ¡Quisiera morirme! Y las lágrimas acudieron a sus ojos. Sacó el pañuelo, y ocultó el rostro con él.

El joven la estrechó con fraternal afecto, creyéndose perdonado. Los novios ocuparon las habitaciones que doña Paula había destinado a su hija primogénita. La vida comenzó a deslizarse serena en apariencia. Gonzalo advertía, no obstante, con pesar, que no les envolvía esa atmósfera tibia y afectuosa que hace tan grato el hogar doméstico.

Entonces Paula pidió auxilio a Concha, la costurera, y mientras ésta la tenía sujeta a la silla, aquélla la fue despojando uno a uno de todos sus bucles. Después arregló como mejor pudo los cabellos que quedaban. ¡Qué lástima! volvió a exclamar la planchadora. Hija, no está mal así tampoco repuso Paula peinándola con esmero. En aquel momento apareció la señora en el cuadro de la puerta.

Doña Paula y Gonzalo sonrieron. Este dijo en voz baja: ¡Qué pelo tan hermoso! Ventura lo oyó, y dijo sacudiéndolo: Es postizo. Todos se echaron a reir. ¿No lo cree usted? preguntó con seriedad y acercándose. Tire usted. Verá cómo se le queda en la mano. El joven no se atrevió, y continuó sonriendo. Tire usted, tire usted insistió ella volviendo la espalda y metiéndole el pelo por la cara.

Tiene á su madre contestó Clara, bajándose para recoger una cosa que no se le había caído; su madre, que es una cariñosa mujer, muy santa y muy buena. Pues ya ... Bien se conoce que así había de ser afirmó Paula, hojeando al santo. Me figuro que será una mujer excelente. Así es. Bien merece ese joven que se le proteja. Cuando el alma es buena ... ¿Quien no pecará alguna vez?

Según costumbre de la tierra, iba el de artillería a hablar con Paula a media noche, no por la reja, que no las hay en Matalerejo, sino en el corredor de la panera, una casa de tablas sostenida por anchos pilares a dos o tres varas del suelo. Allí dormía ella en el verano.

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