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Actualizado: 21 de septiembre de 2025
Su esposa, doña Paula... ¿Pero por qué se despierta tal y tan prolongado rumor en el teatro a su aparición? La buena señora, al escucharlo, queda temblorosa y confusa, no acierta a desembarazarse del abrigo, y su hija Cecilia se ve obligada a quitárselo y a decirle al oído: ¡Siéntate, mamá!
Le daba lástima de aquel hijo que enfermo, triste, tal vez desesperado, iba por ella a continuar la historia de su grandeza, de sus ganancias; iba a rescatar el crédito perdido buscando un milagro de los más sonados, de los más eficaces y provechosos, un milagro de conversión. «Era un héroe». «¡Cuánto había padecido durante aquella cuaresma!». Ella, doña Paula, había acabado por adivinar que su hijo y la Regenta no se veían ya; habían reñido por lo visto.
Bueno, bueno; yo me entiendo. Doña Paula se puso en pie y arrojó la punta del pitillo apurada y sucia. Prosiguió: No quiero más cartitas; no quiero conferencias en la catedral; que vaya al sermón la señora Regenta si quiere buenos consejos; allí hablas para todos los cristianos; que vaya a oírte al sermón y que me deje en paz. ¿Con que Glocester?... Sí, y don Custodio.
Cuando la pobreza llamó a las puertas, y Paula se decidió a dejar su comercio, De Pas decretó dedicar los pocos cuartos que sacaron libres a la industria ganadera. Tomó vacas en parcería y se fue con su mujer y su hijo a su pueblo, a vivir del pastoreo, en los más empinados vericuetos.
El Magistral la había querido engañar, la había hecho suya; ella se había entregado creyendo pasar en seguida a la plaza que más envidiaba en Vetusta, la de Teresina. Petra sabía lo bien que colocaba doña Paula a todas las que eran por algún tiempo doncellas en su casa.
Por este motivo nada le llamó la atención; por eso no supo que nunca sus bellos ojos habían tenido un resplandor tan vivo, ni que jamás voz de monja alguna entonó salmodias con tan melodioso timbre como el de la voz de Paula al decir: "¿Usted creyó que no almorzaría hoy?"
Sí, bien merecía aquel hijo de las entrañas que se le arrancasen aquellas espinas del alma. ¡Había sido tan buen hijo! ¡Había sido tan hábil para conservar y engrandecer el prestigio que le disputaban!». Desde que doña Paula vio que «no estallaba un escándalo», que don Fermín mostraba discreción y cautela incomparables en sus extrañas relaciones con la Regenta, se lo perdonó todo y dejó de molestarle con sus amonestaciones.
La energía de Paula se ejercitaba en calmar aquel oleaje de pasiones brutales, y con más ahínco en obligar al que rompía algo a pagarlo y a buen precio. También ponía en la cuenta, a su modo, el perjuicio del escándalo.
Vamos, no vale hablarse al oído dijo doña Paula con la susceptibilidad vidriosa que caracteriza a las mujeres del pueblo. Déjelos usted, señora replicó Nieves. Están hablando de mí: no hay que quitarles el gusto. Cierto; Pablo me hacía notar el color rojo de ciertos labios, la transparencia de cierto cutis, un pelo dorado a fuego...
El Reverendo P. Juan Cerdá, Lector Jubilado y Prior del Convento de San Augustín. El P. Fr. Vicente de Huesca, Predicador Capuchino. A Teresa Cortés, Viuda de Onofre Aguiló de Pedro. El Reverendo P. M. Fray Antonio Roig, Prior que fue del Convento de S. Augustín y ahora nombrado Provincial de Sicilia, Calificador del S. Oficio. El P. Jaime Ferriol, Lector de Teología de S. Francisco de Paula.
Palabra del Dia
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