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Actualizado: 21 de junio de 2025


Tampoco se sabe con certeza la época en que falleció, si bien se presume que debió ser hacia el año de 1536 . Su hija Paula heredó su fama como excelente actriz, y su hijo Luis fué un poeta de los más populares. Este publicó en el año de 1562 la primera edición completa de las obras de su padre .

Un escándalo ahora, te pondría en ridículo... ¡Pues aunque así sea! exclamó el joven con rabia. Quiero tener el gusto de arrojarle de casa. Me obligas a decirte, Gonzalo replicó doña Paula con impaciencia y autoridad, que no tienes ningún derecho a hacerlo. Ni le has invitado, ni eres el dueño de la casa... El joven se puso colorado.

Doña Paula entró en el despacho. Hablaron de los negocios del comercio, de los asuntos de Palacio, de muchas cosas más; pero nada se dijo de lo que preocupaba al hijo y a la madre. «No se podía hablar de aquello» pensaba él. «No se podía hablar de aquello, ni a solas» pensaba ella. La madre lo sabía todo. Había comprado el secreto a Petra.

¡Yo no quiero!... ¡no quiero! exclamó con graciosa resolución. La verdad es que da lástima cortar un pelo tan hermoso dijo otra de las doncellas, que estaba planchando. ¿Qué quieres, hija? Quien manda, manda. Y tomando uno de los preciosos bucles de la cabellera, lo separó de un tijeretazo. ¡Déjame, Paula! gritó la niña. ¡Lo voy a decir a madrina!

Pero su madre era como era. Doña Paula se sentó en el borde de una silla, apoyó los codos sobre la mesa, que era de las llamadas de ministro, y emprendió la difícil tarea de envolver un cigarro de papel, gordo como un dedo. Doña Paula fumaba; pero «desde que eran de la catedral» fumaba en secreto, sólo delante de la familia y algunos amigos íntimos.

Esta contestó sonriendo: Nunca como más. Doña Paula acercó la boca al oído de Venturita, y le dijo: ¿No reparas con qué ceremonia se tratan? Venturita se lo dijo al oído a Pablo, y éste a su padre. Todos cuatro soltaron a reir, mirando a los novios, mientras éstos, confusos, preguntaban con la vista la razón de aquella súbita alegría. Mamá, ¿quieres que les diga de qué nos reímos? Díselo.

Doña Paula y don Fermín hablaban poco; se defendían por acuerdo tácito; empleaban el mismo sistema de resistencia sin comunicárselo. Estaba la madre irritada. «Su hijo la engañaba, la perdía. Por allí iba a romper la soga; por allí hacía agua el barco.

Doña Paula miraba a su hijo y a Teresina alternativamente, encogía los hombros cuando no la veían ni la doncella, que iba y venía con platos y fuentes, ni su hijo que miraba al mantel distraído, comiendo por máquina y muy poco. Teresina era ya toda del señorito; nada decía al ama de las cartas que a don Fermín entregaba.

Pues que quieras o no quieras dijo Venturita retrocediendo de espalda hacia la puerta, me casaré. Doña Paula quiso castigar la insolencia; pero la niña salió precipitadamente, sujetó la puerta, y entreabriéndola después, dijo con acento rabioso: ¡Me casaré! ¡me casaré! ¡me casaré! Al día siguiente, Gonzalo recibió una carta de ella, que decía: «Ayer hablé con mamá. Se ha enfadado mucho.

Es ley eterna que no se debe contrariar. Todo eso está muy bien, señor Duque. A un personaje tan alto como usted, no pueden llegar las murmuraciones del pueblo... Pero a nosotros es muy distinto. No estamos colocados en esa altura y las malas lenguas, crea usted que nos hacen muchísimo daño... respondió doña Paula con inocencia que resultaba profundamente irónica.

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