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Actualizado: 21 de junio de 2025
A Francisca Cortés, mujer de Miguel Cortés, alias Capalt. El Reverendo P. M. Fr. Francisco Truyol, Prior que fue del Convento de San Augustín. El P. Fr. Rafael Barceló, Franciscano, Catedrático de Teología en esta Universidad. El Padre Fray Pedro Gelabert, Lector de Teología en San Francisco de Paula. A Violante Martí, Viuda de Onofre Cortés.
Apresuróse a contestar, pidiendo perdón de su atrevimiento, y confirmando su declaración anterior con nuevas y vehementes frases. Replicó al cabo de algunos días la niña en términos más blandos y afectuosos. Tornó a escribir Gonzalo; cruzáronse retratos; intervino doña Paula. En suma, al cabo de poco tiempo, se encontraban ambos jóvenes en relación formal.
En lo alto de la escalera, en el descanso del primer piso, doña Paula, con una palmatoria en una mano y el cordel de la puerta de la calle en la otra, veía silenciosa, inmóvil, a su hijo subir lentamente con la cabeza inclinada, oculto el rostro por el sombrero de anchas alas. Le había abierto ella misma, sin preguntar quién era, segura de que tenía que ser él. Ni una palabra al verle.
Nació José Martí en cuna humilde, en La Habana, el 28 de enero de 1853, en la casa marcada con el n.º 102 de la calle de Paula.
¿Qué te parece, Paula? dijo Paz, que creía á veces que en aquella casa no podía emitirse palabra ni consejo de ningún valor, sin ser refrenado por el exequatur ortodoxo de la devota. Ella, que es una santa, dirá lo que se ha de hacer exclamó Elías. Mientras todos le pedían su opinión, la devota contemplaba el rostro del estudiante, como si quisiera leer en él su delito.
Se respetaban sin perjuicio de tenerse envidia. Petra envidiaba a Teresina la estatura, los ojos y la casa del Magistral. Teresina envidiaba a Petra su desenvoltura, su gracia, su conocimiento de las maneras finas y de la vida de ciudad. ¿Qué te quiere esa señora? preguntó doña Paula en cuanto se vio a solas con su hijo. No sé; aún no he abierto la carta. ¿Una carta? Sí, esa.
Pusiéronse en marcha hacia casa. Venturita echó a correr delante arrastrando a su hermano. Detrás marchaban doña Paula, Cecilia y Gonzalo. Cerraba la marcha don Rosendo con su buen amigo don Pedro Miranda. Las calles estaban obscuras. Sólo ardían a aquellas horas los faroles de esquina. La distancia entre los tres grupos se fué haciendo cada vez mayor.
Y al acercarse a ella, el embarazo de Gonzalo había desaparecido. Parecía que ayer había cenado allí también. Una ráfaga de alegría sopló sobre todos. Cambiáronse palabras y risas. Gonzalo abrazaba a Pablito y le preguntaba por sus caballos. Doña Paula arreglaba la distribución de los cubiertos.
¡Había comido fuera de casa sin avisar! doña Paula consideraba esta falta de disciplina doméstica como pecado de calibre. Pocas veces los cometía su hijo, y por lo mismo la impresionaban más.
Doña Paula encendió sobre la mesa del despacho el quinqué de aceite con que velaba su hijo.
Palabra del Dia
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