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Actualizado: 5 de junio de 2025
Bajaron á la calle con mucha prisa para unirse al gentío, aunque Lázaro pensaba dejar aquello y marcharse inmediatamente á casa de su tío, recogiendo de antemano su mezquino equipaje en el parador del Agujero. ¿Quién es ese joven? dijo don Gil á la patrona luego que los cuatro habían bajado. No sé quién es: le trajeron anoche.
Volvió Perico demudado, temblándole las manitas, queriendo sonreír y no pudiendo... La voz le faltaba: no había llegado al parador. ¿A qué correr tras la desdicha, si salía al encuentro la esperanza?... En el camino habíale dicho Martín Romero que él tenía noticias que Juanito estaba mejor, casi bien del todo... ¿Lo ve usted?... ¿Lo ve usted? gritó la madre triunfante.
Si acudía á casa de sus amigos, temía no encontrarlos tan benévolos como la noche anterior. Además, eran pobres, tan pobres como él, y no podían darle agasajo. Era preciso ir. También se le ocurrió tomar el camino de su pueblo y volverse allá. Conocía un arriero en el parador, que le llevaría de fiado. Pero ¿y Clara? Estos eran sus pensamientos cuando acertó á pasar por la Fontana.
Al alba, el desayuno va a ser en el parador. ¡Oh qué tamales, de las especies más diversas, tiene dispuestos Petrona Revolorio! esta tarde, cuando los hizo, se puso el chal de seda. Ana no ha visto su sillón de flores. ¿Adónde ha de estar Adela, sino por el jardín correteando, enseñando cuanto sabe, a la cabeza de un tropel de flores, de flores de ojos negros? ¿Y Lucía?
Pedro y Juan jinetean sin cesar toda la tarde, de la casa al parador, y de este a aquella. En las ciudades antiguas donde aun hay alegres posadas, y cierto indio que sabe francés, han comido casi todos los invitados. A las ocho de la noche empieza el baile. Toda la noche ha de durar.
Las manos de uno y otro eran de hielo; sus narices rojas destilaban. Enronquecían sus voces; las palabras sonaban con oquedad fría y triste. No lejos del punto en que Mesón de Paredes desemboca en la Ronda de Toledo, hallaron el parador de Santa Casilda, vasta colmena de viviendas baratas alineadas en corredores sobrepuestos.
Encamináronse lo más pronto posible al parador de la silla de posta, que no tardó en llegar. Abrió la portezuela el tío Manolo, y se apresuró a dar la mano a su cuñada, que saltó en tierra con mucha compostura y elegancia. El brigadier, después de abrazar a su hijo, lo presentó a su nueva mamá, quien le dio un beso en la mejilla, reparando poco en él. Era una mujer hermosa, alta, maciza de carnes, el rostro blanco y ovalado, negros y grandes los ojos, pestaña larga, cabello castaño tirando a rubio, derecha de espaldas y cogida de cintura, gallarda y briosa en sus movimientos y un tantico soberbia. Miguel entendió que no había visto nunca nada tan bello, y la expresó su rendimiento mirándola hasta comérsela con los ojos. Terminados los saludos y las preguntas que en casos tales suelen repetirse bastante, se entraron los cuatro en la carretela. Sentose la dama en el fondo a la derecha, y el brigadier a su lado: Miguel y el tío Manolo se acomodaron enfrente. Comprendiendo el buen efecto que en su hijo había causado la mamá que le traía, el brigadier iba muy complacido y estaba harto locuaz; mucho más de lo que acostumbraba. El tío Manolo, por cierto instinto de coquetería que jamás le abandonaba, hacía esfuerzos por mostrarse agudo y chistoso delante de su cuñada, y la abrumaba a galanterías. «Ángela, ¿te molestan las ventanillas abiertas? la decía llamándola por su nombre y tuteándola ya. ¿Quieres que cerremos ésta de la derecha? ¿Llevas los pies fríos? Dame acá esa sombrilla.
Mira, Perico, guárdame un buen sitio esta noche dijo un joven que formaba parte del grupo; guárdame un puesto, que tengo que ir esta noche á primera hora al parador del Agujero á recibir unos amigos que vienen de Zaragoza. Y después añadió con misterio, dirigiéndose á otros dos ó tres que parecían amigos suyos: Buenos chicos aquellos chicos de Zaragoza, de que os he hablado. Esta noche llegan.
Entre tanto llega el coche al parador, el de las respuestas se marcha quizas sin despedirse; y sus informes que se ignoran de quién sean, figurarán cual datos positivos entre los apuntes del observador, que tendrá la humorada de afirmar que cuenta lo que ha visto.
En una tabla colocada en un balconcillo, a manera de banderola, leo, escrito en gruesas letras: Parador Nuevo de la Plaza de Juan el Botero Paja suelta, agua dulce. «Cervantes pienso dice que la posada del Sevillano, en Toledo, se veía muy concurrida por la abundancia de agua que se hallaba siempre en ella. El agua, en estos pueblos secos, es un señuelo hoy como en los tiempos de Cervantes.»
Palabra del Dia
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