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No cambie de conversación; ¡si no hablábamos de eso! ¿no es verdad, señor? repuso ella dirigiéndose a Lorenzo. Aunque no fuera así, no la desmentiría, señorita. ¿Tampoco usted es capaz de ser franco? Ya ve si lo sooy; le confieso lo que haría, con toda franqueza. Me doy por vencida: cerremos el capítulo. Voy a juntarles unas flores. Acaso es tarde ya, señorita dijo Ricardo.

Cerremos el libro de Los viajes por su página de Marianas, y si no hemos llegado á convencer de que en Guajan, hay siempre un consuelo y un remedio á toda necesidad, pregunten á los que allí hayan sufrido y ellos contestarán. Confundamos las páginas del viajero de la Urania, con las de otros compatriotas suyos, y continuemos en la descripción de la isla de Guajan. La plaza de Agaña. La iglesia.

Encamináronse lo más pronto posible al parador de la silla de posta, que no tardó en llegar. Abrió la portezuela el tío Manolo, y se apresuró a dar la mano a su cuñada, que saltó en tierra con mucha compostura y elegancia. El brigadier, después de abrazar a su hijo, lo presentó a su nueva mamá, quien le dio un beso en la mejilla, reparando poco en él. Era una mujer hermosa, alta, maciza de carnes, el rostro blanco y ovalado, negros y grandes los ojos, pestaña larga, cabello castaño tirando a rubio, derecha de espaldas y cogida de cintura, gallarda y briosa en sus movimientos y un tantico soberbia. Miguel entendió que no había visto nunca nada tan bello, y la expresó su rendimiento mirándola hasta comérsela con los ojos. Terminados los saludos y las preguntas que en casos tales suelen repetirse bastante, se entraron los cuatro en la carretela. Sentose la dama en el fondo a la derecha, y el brigadier a su lado: Miguel y el tío Manolo se acomodaron enfrente. Comprendiendo el buen efecto que en su hijo había causado la mamá que le traía, el brigadier iba muy complacido y estaba harto locuaz; mucho más de lo que acostumbraba. El tío Manolo, por cierto instinto de coquetería que jamás le abandonaba, hacía esfuerzos por mostrarse agudo y chistoso delante de su cuñada, y la abrumaba a galanterías. «Ángela, ¿te molestan las ventanillas abiertas? la decía llamándola por su nombre y tuteándola ya. ¿Quieres que cerremos ésta de la derecha? ¿Llevas los pies fríos? Dame acá esa sombrilla.

Olvidemos al mundo entero para ser el uno del otro; cerremos los oídos a todos los ruidos del mundo, tanto si vienen de la China como de París. Este es el paraíso terrestre; vivamos para nosotros solos bendiciendo la mano que nos ha colocado en él. Vivamos para nosotros dijo la joven y para los que nos aman. Yo no sería dichosa si no tuviese con nosotros a nuestra madre y a nuestro hijo.

Y no sería bien que ahora, que está llamando a nuestra puerta, se la cerremos; dejémonos llevar deste viento favorable que nos sopla. ¿No te parece, animalia -prosiguió Sancho-, que será bien dar con mi cuerpo en algún gobierno provechoso que nos saque el pie del lodo?

¡Me estáis desgarrando el alma, Dorotea! exclamó dolorosamente don Juan. Lo siento, y esto me hace más desgraciada; daría yo porque me olvidárais mi eternidad. Escuchadme dijo don Juan tomando á Dorotea una mano que ardía y que al sentir la mano del joven tembló. Decid. Cerremos los ojos á todo. Lo sucedido no tiene remedio. Olvidáos de que me he unido á doña Clara.

9 Porque todos ellos nos ponían miedo, diciendo: Se debilitarán las manos de ellos en la obra, y no será hecha. 10 Vine luego en secreto a casa de Semaías hijo de Delaía, hijo de Mehetabel, porque él estaba encerrado; el cual me dijo: Juntémonos en la casa de Dios dentro del templo, y cerremos las puertas del templo, porque vienen para matarte; , esta noche vendrán a matarte.