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Actualizado: 17 de junio de 2025
Aquello era agradable de ver; pero lo que constituía el mayor consuelo para los hombres que formaban la partida era contemplar los magníficos cuartos de tocino, con sus dos caras, una blanca y otra rojiza, espetados en varetas de madera verde, que destilaban la grasa gota a gota sobre las brasas, e ir a llenar las jarras a un barrilillo de aguardiente, colocado en el carro de Catalina Lefèvre.
Entre las casas de a lo largo del muelle de Cay luce, antes, como ahora, había algunos almacenes de carbón, y una fila de tabernas en donde los pescadores se reunían y se reúnen a beber y a discutir, y que destilaban, sobre todo los domingos, por su única puerta, una tufarada de sardina frita, de atún guisado con cebolla, y de música de acordeones.
En esto, ya comenzaban a gorjear en los árboles mil suertes de pintados pajarillos, y en sus diversos y alegres cantos parecía que daban la norabuena y saludaban a la fresca aurora, que ya por las puertas y balcones del oriente iba descubriendo la hermosura de su rostro, sacudiendo de sus cabellos un número infinito de líquidas perlas, en cuyo suave licor bañándose las yerbas, parecía asimesmo que ellas brotaban y llovían blanco y menudo aljófar; los sauces destilaban maná sabroso, reíanse las fuentes, murmuraban los arroyos, alegrábanse las selvas y enriquecíanse los prados con su venida.
Las señoras ahogaron un grito y quedaron mudas y pálidas. Las paredes del agujero eran sombrías, desiguales y destilaban agua. En cada departamento de la jaula un minero sujetaba, con su mano trémula de modorro, una lámpara. Todos, menos el director y los mineros avezados a subir y bajar, sentían cierta ansiedad en el estómago.
Nuestros personajes formaban en medio del salón un grupo compuesto de tres hombres y dos mujeres que hablaban con una calma y una corrección perfectas. Y, sin embargo, todos eran presa del terror ó de la cólera, sus corazones destilaban cólera y sus bocas contenían difícilmente las provocaciones y los ultrajes. Voy á cantar puesto que lo desean ustedes, dijo Jenny Hawkins. Colocarse, señores.
La embriaguez sagrada, á que contribuia la efervescencia de la savia juvenil de los lectores, ha pasado. El díctamo consolador que destilaban sus páginas no tiene ya la misma virtud: sin embargo, el rastro luminoso de la idea que le dió vida, la vibracion de aquella palabra reveladora, no se ha borrado del todo de la mente y la perciben aun los sentidos.
Pero, hundido en aquella penumbrosa covacha, oficina en donde se destilaban y clarificaban los enigmas del pensamiento y de la existencia, de continuo a horcajadas sobre su torno de montar, que era Clavileño y era Pegaso, Belarmino se eximía de la gravitación y esclavitud de la materia, volaba libremente por los espacios fantásticos, se cernía en las esferas uranias, contemplaba el diccionario es decir, el mundo desde perspectivas tan remotas, que acaso se mareaba y se le ponía la carne de gallina.
Las manos de uno y otro eran de hielo; sus narices rojas destilaban. Enronquecían sus voces; las palabras sonaban con oquedad fría y triste. No lejos del punto en que Mesón de Paredes desemboca en la Ronda de Toledo, hallaron el parador de Santa Casilda, vasta colmena de viviendas baratas alineadas en corredores sobrepuestos.
Palabra del Dia
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