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Actualizado: 9 de junio de 2025
Por eso, cuando los estudiantes pasaban en la procesión, vestidos de negro, con una flor amarilla en el ojal, los pañuelos de todos los balcones soltábanse al viento, y los hombres se quitaban los sombreros en la calle, como cuando pasaban las banderas; y solían las niñas desprenderse del pecho, y echar sobre los estudiantes, sus ramos de rosas.
En eso apareció por el camino del jardín que daba acceso a la caballeriza la figura esbelta de Melchor en cuyo rostro empalidecido se destacaban las ojeras negras y profundas. Vestía su traje predilecto y en el ojal de la blusa llevaba un hermoso gajo de sedrón... ¿Ya están listos, muchachos? preguntó amablemente, casi sonriendo.
Al entrar él, volvíanse todos para contemplar la fisonomía de ese anciano, firme y tieso con sus setenta y dos años, sus largas barbas canas, su interminable hopalanda, su ojal lleno de cintas con los distintivos de todas las academias científicas, y aquel extraño aspecto, que revelaba a un tiempo timidez y desenvoltura.
De cuando en cuando, venía de visita al Pazo, y ¡había que verle lo pomposo y majetón, con su flor en el ojal, su sombrero ladeado y su chaquet, un chaquet paradisíaco, como decía el conde, no sé por qué! «Chico exclamaba el conde , me dejas patidifuso con tu elegancia y tus ínfulas.» Y, muerto de risa, le hacía recitar fragmentos de un drama que mi padre estaba escribiendo, titulado: El cerco de Orduña y señor de Oña.
Punzó el mozo, y de tal manera, que de la punzadura anda Calderón en un grito, boca arriba en el lecho, con un ojal en el costado que por poco es de pasión, lo que dudo mucho que llegue á ser de escarmiento. Salvóse por la caía la reina, que no menos que la reina anda en el lance, pero fué salvación de comedia de sustos, que no se sale de un peligro sino para caer en otro.
El peligro había pasado, pero era necesario sacar todo el partido posible de aquella victoria: hacíase indispensable meter mucho ruido, gran ruido, propagar el escándalo por todas partes para despertar la indignación y excitar los ánimos en contra del Gobierno y de la dinastía intrusa... Para ello, todas las señoras acudirían aquella tarde a la Castellana con las airosas mantillas españolas y las clásicas peinetas de teja, que eran ya señal convenida de valiente protesta; y a la noche siguiente, él, Butrón mismo, daría un gran baile en honra de Currita de puro carácter político, al cual podían ya darse por convidados todos los presentes... Las señoras lucirían todas, en la cabeza, la flor de lis, emblema de sus esperanzas; los caballeros, un lazo blanco y azul en el ojal del frac, colores propios y significativos de los desterrados Borbones.
Ella introdujo los dedos por bajo el vestido y desató un listoncillo de seda azul que le ceñía al pecho la limpia camisa. Tiró de él y la sacó de la jareta, calada y bordada, trabajo primoroso de su diestra mano. Cortó, por último, con las tijeras un buen pedazo del listoncillo y se lo puso a don Paco en el ojal del chaquetón, afirmándolo con una lazada.
Fuimos el holandés y yo al muelle. Mi compañero de embriaguez bajó los escalones de una escalerilla y se puso a gritar, hasta que brotó de entre las tinieblas un bote blanco. Creí que el hombre se caía al agua con su traje de etiqueta y su flor en el ojal; pero no, se mantuvo firme y saltó al bote con agilidad. Luego, me saludó con el sombrero en la mano, con gran reverencia. Good night me dijo.
De malísima gana también me alejaba yo de aquel rincón oscuro y discreto, donde dejaba mi felicidad. A paso rápido iba salvando las estrechas calles anegadas en sombra, no viendo por encima de mi cabeza más que una banda de azul profundo sembrada de estrellas. Todos los días me condecoraba, esto es, me ponía en el ojal la flor que llevaba en el pecho.
Allá en el cementerio había, sobre cada tumba, clavada una bandera. ¿Qué caballerín, de los elegantes de la ciudad, no estaba aquella mañana, con un ramo de flores en el ojal, saludando a las damas y niñas desde su caballo?
Palabra del Dia
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