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Actualizado: 9 de junio de 2025


Yo, mujer ignorante, digo que esos sabios no tienen sentido común. Hija de mi alma exclamó D. Benigno , estás hablando como el patriarca de la filosofía, como Juan Jacobo Rousseau. , el estado actual de las naciones y el sentido común son incompatibles. En su entusiasmo, Cordero tremoló la servilleta que acababa de desprender del ojal de su levita.

Todos cantaban y hablaban, comían dulces, bebían refrescos olorosos, bailaban con mucha elegancia y honestidad al compás de una música de violines, con los violinistas vestidos de seda azul, y su ramito de violeta en el ojal de la casaca.

Al fin, cansadas de su paciencia, le dejaron en paz. El adorable Pablito, vestido correctamente de frac, con una flor blanca en el ojal, llevaba a cabo mientras tanto la conquista de cierta hermosa hebrea, hija de un comandante de artillería que acababa de llegar.

A mi lado había un hombre borracho, vestido de negro, con el sombrero ladeado y una flor roja en el ojal. Se levantó de su silla y se acercó a sonriendo. Yo le miré de mala manera y, como estaba iracundo, le pregunté: ¿Qué pasa? ¿Qué quiere usted? El sonrió estúpidamente. ¿Marino? me dijo después, en inglés, señalándome con el dedo. , marino le contesté yo . ¿Y qué?

¿Es pa ? preguntó el bandido con una entonación de sorpresa y asombro . ¿Pa , señora marquesa? Al ver el movimiento afirmativo de la señora, tomó la flor con embarazo, manejándola torpemente, como si fuese de abrumadora pesadez, no sabiendo dónde colocarla, hasta que al fin la introdujo en un ojal de su blusa, entre los dos extremos del pañuelo rojo que llevaba al cuello.

Es curiosa la influencia que tiene entre ellos un título nobiliario; en el centenario de Yorkstown los miembros de la comisión francesa, casi todos titulados, eran objeto de un estudio detenido para todo el mundo. Una cinta, una decoración, un botón multicolor con que hacer florecer el ojal de la levita, es su sueño constante.

Todo el rebaño masculino que con la flor en el ojal y el monóculo hundido en la ceja bailaba y aventuraba luises en la ruleta, desde Niza a Monte Carlo, la miraba con avidez y respeto, como un caballo de raza que acabase de ganar el Gran Premio en las carreras. ¡Ah! ¡La Brunna! decían con entusiasmo. La querida del rey Ernesto... una gran artista.

El botón de nácar, al cual se adhería un jirón de tela y que se había quedado en el ojal, era lo único que indicaba que, antes de dormirse, la joven había debido ser presa de una violenta agitación. Duermes, tesoro mío, dime que duermes, dijo la señora Hellinger sollozando. Dime que no has hecho semejante afrenta a tu tía, a tu querida tía que te ha criado y cuidado como a su propia hija.

Entonces, tomando Currita el bouquet que tenía Martínez delante, tuvo la exquisita galantería de ponérselo ella misma en el ojal, repitiendo la acostumbrada frase de las floristas parisienses: Monsieur... Fleurissez votre boutonnière...

La orquesta, formada por dos guitarras y un acordeón, rompió con una habanera cadenciosa y sensual; las mujeres ocupaban los bancos, abanicándose complacidas; los hombres de pie, sobre uno de los costados descubiertos, las contemplaban «comentándolas», cuando avanzó Melchor y, parándose frente a la rubia que había tenido al lado en la mesa, se sacó un pequeño ramito del ojal y mientras los músicos suspendían la ejecución de la habanera, le dijo;

Palabra del Dia

rigoleto

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