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Actualizado: 1 de junio de 2025


¡Ay, ay, ay! le citaré a usted un caso, uno de los mil que me han ocurrido, de los cien mil que van a ocurrirme; usted conoce a S *, ¿verdad? un hombre que se ha improvisado millonario, politiquero de viso y jugador de muñeca, que vino de su provincia cantando y ahora hace bailar los títeres a su antojo... Pues no puede pagarme los veinte mil pesos que me debe y que en un momento de apuro le presté a escaso interés, créalo usted, a muy escaso interés.

Salomé ostentaba en su muñeca el ridículo, que caía sobre el antepecho del balcón, ofreciendo al asombro del numeroso público los vivos colores de sus mostacillas azules y de sus lentejuelas doradas.

Aquél se volvió repentinamente hecho una furia, y sujetándole con fuerza por la muñeca, le dijo al oído con acento rabioso: Oiga usted, señor majadero: a no me tose usted ¡ni en cuarto grado de tisis! ¿lo oye usted? Don Rosendo, como hombre correcto y muy práctico en estos asuntos de honor, no dijo nada en aquel momento.

Me dejé meter en las Micaelas y me dejé casar... ¿Sabes cómo fue todo eso?, pues como lo que cuentan de que manetizan a una persona y hacen de ella lo que quieren; lo mismito. Yo, cuando no se trata de querer, no tengo voluntad. Me traen y me llevan como una muñeca... Y ahora, créete que me entran remordimientos de engañar a ese pobre chico. Es un angelón sin pena ni gloria.

Y Ricardo, pálido y trémulo como el jugador que pone junto a una carta las últimas monedas que le quedan, trataba de arrastrar a su novia hacia la sala, sujetándola fuertemente por la muñeca. María inclinó la cabeza y no dijo una palabra. Se dejó arrastrar sin oponer resistencia, bajando los cuatro o cinco peldaños de la escalera.

Pues mía es». Luego me llamó, y tomando entre sus manos mi cabeza, me dijo dulcemente: «Muñeca: desde ahora yo soy tu padre; ¡yo soy tu papá!» «Papá le llamo desde entonces; desde entonces me llama «muñeca». Algunas veces me dice «Linilla», como mis padres me decían. Angelina había terminado el ramillete, un ramillete de violetas, y me le acercó para que aspirara yo el suave aroma de las flores.

Entonces le contó a mi tía, muy en secreto, que la «muñeca» quería dejar el mundo y hacerse hermana de la Caridad. El santo sacerdote estaba muy triste. Todos temíamos que aquel monjío le costara la vida. ¡Hágase la voluntad de Dios! exclamaba. Yo me había soñado que Linilla y Rodolfo.... Pero, en fin.... ¡Vaya con la «muñeca»! ¡Dios me la trajo y Dios se la lleva!

Diana era la diosa del monte. En el museo del Louvre de París hay una estatua de Diana muy hermosa, donde va Diana cazando con su perro, y está tan bien que parece que anda. Las piernas no más son como de hombre, para que se vea que es diosa que camina mucho. Y las niñas griegas querían a su muñeca tanto, que cuando se morían las enterraban con las muñecas.

Sobre la mesa hay un vaso con leche y unos bizcochos; de tarde en tarde Verdú se detiene ante la mesa, coge un bizcocho y lo sume en el vaso; luego se lo lleva a la boca, poniendo la muñeca casi a la altura de la frente, con el metacarpo diagonal y los dedos caídos, en un gesto de supremo cansancio.

La noble viuda comprendió debía confiar la educación de su hija á uno de esos centros en que la vida se auna con el saber, formando de la niña que juega con la muñeca, la mujer que piensa en las hojas del libro, ó siente ante el teclado del piano. De la muñeca al piano, hay la misma distancia que de la crisálida á la mariposa.

Palabra del Dia

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