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Actualizado: 16 de mayo de 2025


¡Ay, ay, ay! le citaré a usted un caso, uno de los mil que me han ocurrido, de los cien mil que van a ocurrirme; usted conoce a S *, ¿verdad? un hombre que se ha improvisado millonario, politiquero de viso y jugador de muñeca, que vino de su provincia cantando y ahora hace bailar los títeres a su antojo... Pues no puede pagarme los veinte mil pesos que me debe y que en un momento de apuro le presté a escaso interés, créalo usted, a muy escaso interés.

No pudo menos de ocurrirme la idea de Bilbao; figuróseme ver de pronto que se alzaba por entre las montañas de víveres una frente altísima y extenuada: una mano seca y roída llevaba a una boca cárdena, y negra de morder cartuchos, un manojo de laurel sangriento. Y aquella boca no hablaba. Pero el rostro entero se dirigía a los bulliciosos liberales de Madrid que traficaban.

Pedíale un modo de escribir que ni fuese serio, ni jocoso, ni general, ni personal, ni largo, ni corto, ni profundo, ni superficial, ni alusivo, ni indeterminado, ni sabio, ni ignorante, ni culto, ni trivial; una quimera, en fin, y pedíale de paso un buen original francés de donde poder robar aquellas ideas que buenamente no suelen ocurrirme, que son las más, y una baraja completa de trasposiciones felices, de éstas que el Diablo mismo que las inventó no entiende, y que por consiguiente no comprometen al que las escribe... Pero estoy para que no debía de hacer más caso de mis oraciones la santa que el que hacen los cómicos de los artículos de teatros, porque ni venía musa, ni yo acertaba a escribir un mal disparate que pudiese dar contento a necios o a discretos.

Palabra del Dia

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