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Actualizado: 21 de mayo de 2025


¡Bendita sea! dijo el célebre torero, tirando al suelo y extendiendo la capa, para que sirviese de alfombra a María ; ¡bendita sea esa garganta de cristal, capaz de hacer morir de envidia a todos los ruiseñores del mes de mayo! Y esos ojos añadió otro que hieren a más cristianos que todos los puñales de Albacete. María pasó tan impávida y desdeñosa como siempre.

Unos dicen que se metió a fraile en los últimos años y pidió al morir que lo enterrasen en la puerta del convento, para que todos hollasen su tumba, castigando de este modo su soberbia y demás pecados.

Me siento morir, pero no temo: las ramas de mis árboles se mecerán aun sobre la losa de mi tumba, y dirás al viajero con la voz del aura que suspira entre sus hojas: dobla la rodilla sobre estas tristes ruinas, viajero; son las ruinas de Granada. »Adoraba la naturaleza y gozaba en medio de los escombros; pero nunca como despues de haber creido oir en boca de esa ciudad estas palabras.

Ateniéndonos también á La Dorotea, sus padres hubieron de morir mientras él residía en Alcalá, apoderándose de sus bienes un malvado, que huyó con ellos á América. Epístola de Belardo á Amarilis. Epístola al Dr. Gregorio de Angulo. En la Filomena se llama Elisa á Dorotea, y Nise á Marfisa.

Era la melancolía de quien presiente el mundo de la belleza, lo ama, lo anhela, y por su condición está destinado a vivir y morir lejos de él. Entre copla y copla, mediaba un rato de silencio. Escuchábase el ruido acompasado de los pies. El coro parecía soñar despierto, atento a los vagos sentimientos de ternura que el canto removía en los limbos de su espíritu.

Mi historia, os la referiré en pocas palabras, y si os la cuento así desde el primer día, es para que tengáis la bondad de repetirla a todos los que os hablen de ... Pasaré una parte de mi vida en esta aldea, y deseo que sepan de dónde vengo y quién soy. Principio, pues. Pobre, , lo he sido, y muy pobre; hará de esto ocho años... Acababa de morir mi padre, siguiendo de muy cerca a mi madre.

»Harta más gente se ha perdido entre los que han muerto de sed y huídose á los turcos, que se podían aventurar en haber guardado los pozos, como fueron muchos de parecer que se hiciese. »Respondéis á lo que os dicen que mandéis dar recado á los heridos, que los dejen morir, porque no coman las vituallas. Buena manera es ésta de animar á los sanos á pelear.

Disimulaba Cervantes aquel sufrimiento en que los sucesos de su amor tan inopinadamente le habían puesto, y a Margarita sonreía, y no parecía sino que teniéndola a ella, toda cuanta felicidad había ansiado tener tenía; y como ella, por las razones que Cervantes la había dicho, hubiese conocido que el venir a las manos el capitán don Baltasar y Cervantes inminente era, en cuanto el capitán supiese que ella a Cervantes amaba, y que a mayor abundamiento, en la casa de la hermosísima viuda indiana estaba, y ella le amaba, no porfió, sino que disimulando también su angustia, dijo: Si cuando yo me veía rica, porque mi padre me cubría con flores el abismo que cerca de los pies teníamos, atención no presté a las solicitudes y a los encarecimientos del amor de don Baltasar, menos podía admitirle cuando por la miseria en que me encontraba, él podía creer que, no esposa amante en tenía, sino mujer desesperada, que por no morir a los rigores del hambre, a él se había unido esclava de su desventura; y si altiva me había mostrado con él antes, más altiva con él fui luego; y de tal manera irritado y desesperado, y con el alma torcida apartose de nosotras, dejándome ver claro en una mirada, que no parecía sino que de los ojos de un demonio salía, que creía que la miseria, y la desesperación, y el amor a mi madre haríanme someterme a sus deseos; y no fue ya sólo la dura y horrenda pobreza, los días sin pan, el cuerpo sin abrigo, la soledad y la tristeza lo que sufrir tuvimos, sino asechanzas y humillaciones, y visitas de viejas olvidado todo temor de Dios, que a proponernos cosas venían, que no eran ni aun para oídas; y rondadas nos veíamos por bravas y malas gentes, y asustadas nos encerrábamos de noche, y mientras la una dormía velaba la otra, siempre dispuesta a clamar socorro a los vecinos al primer asomo de peligro, y sin atrevernos a salir ni aun de día a la calle.

«¡La muerte! pensaba yo, mientras Mauricio silbaba entre dientes un canto melancólico. ¡La muerte! Voy a verla llegar... acaso ha llegado a esta hora.... ¡Nunca creí que los míos, los que yo amaba, pudieran morir!».... Me dolía el corazón, y mi pensamiento iba de una cosa a otra sin detenerse en ninguna.

Andrés Garín, uno de los testigos, el cual no se apartó de la casa en aquellos días; le administró el Viático con permiso del cura de la parroquia; asistió á la Extremaunción, y le ayudó á morir, formando convencimiento de haber finado santamente en el Señor por la piedad y devoción.

Palabra del Dia

hociquea

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