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Actualizado: 21 de mayo de 2025
A uno y otro lado los rayos rastreros del sol hacían brillar los tomillares cubiertos de rocío. Volvió el rostro. La ciudad le llamaba con una voz de tedio, de perfidia, y la fiera muralla, toda roja en el amanecer, hízole pensar en el encarnado capucho del verdugo. Volver era morir, morir cubierto de pecados, perder el alma para la eternidad. Al llegar a la primera encrucijada se detuvo.
Antes de morir me confió para usted un mensaje: que le perdonase por no haberse casado, que la había querido siempre y que moría en el amor a usted. Estas fueron sus últimas palabras. Unos instantes de estupor. Felicita quedó como congelada, yerta. Perdió voluntad y continencia.
Mandó luego que lo llevasen á los dos hermanos al Castillo de la Ciudad de Aversa, y que encerrados en una obscura prision los dexasen sin darles de comer hasta morir. Fué Berenguer de Rocafort el mas bien afortunado, y valiente Capitan que hubo en muchas edades, y el mas digno de alabanza, si al paso de su prosperidad, no crecieran sus vicios.
Volveré al mundo, a ser perseguido como una bestia rabiosa; al hospital, a la cárcel, a morir como un perro en la cuneta de una carretera; no sé lo que será de mí; lo único que sé de cierto es que me voy mañana, hoy mismo, para no disfrutar de un minuto más de lo que no es mío.
Parece que el morir les d
O si ese deseo es un crimen, ¿por qué se ha unido al propio sentimiento de mi existencia de tal modo que no podría desterrarlo sin morir? ¿He dicho un crimen?
Que he de morir es sin duda Si os perdiese mi cuidado: Blanca por vos se desvela; Será cierto el ampararnos O ha de ser en yugo eterno Vuestra belleza el descanso De mi esperanza, ó la muerte El remedio, aunque inhumano, De Don Lope, prenda mía; Estad segura entre tanto, Que será con fe invencible, Bronce en quereros y amaros.
Otra vez tuvo miedo a morir, otra vez tuvo el pánico de la locura, la horrorosa aprensión de perder el juicio y conocerlo ella; y otra vez este terror superior a todo espanto, la hizo procurar el reposo y seguir las prescripciones de aquel médico frío, siempre fiel, siempre atento, siempre inteligente.
Pues, en efecto, la manera clásica de ser diablo contra el diablo consistía en ponerse bien con Dios, acogerse a la Iglesia, afiliarse a las cofradías, encomendarse a los santos y proveerse de reliquias y de indulgencias por mayor para hacer diabluras a mansalva y morir "quand même" en olor de santidad.
Mi padre era comerciante; se retiró de los negocios con una renta de cuatro mil duros. Tenía un amigo de alguna más edad que él y muchísimo más rico, don Ulpiano García Pignorado, el banquero de quien habrá Vd. oído hablar. Papá le nombró, al morir, tutor mío; yo tenía entonces quince años.
Palabra del Dia
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