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Actualizado: 21 de julio de 2025


Haría oposiciones a una cátedra; le admirarían los compañeros, algún profesor de carácter huraño le daría su voto, pero el resultado seguro era no conseguir nada. Los solitarios como él, sin protectores, sin atractivo social, estaban desarmados para la lucha diaria: su destino era morir.

Dios no ha querido que fuese á morir en tierras extrañas, sino que viva entre mis amigos al lado de una esposa que no merezco. Después de Dios á ustedes se lo debo. Quisiera poder demostrarles mi agradecimiento no con palabras, sino con hechos.

Se estarían quietos, él en casa, ella saliendo a pedir sola todos los días para ver de sacar con qué vivir, que seguramente Dios no les dejaría morir de hambre.

¡Por vía de los gatos!, ¡miren quién habla de corazón y de entrañas! replicó Momo ; la que dejó morir a su padre en manos extrañas, sin acordarse del santo de su nombre ni de enviarle siquiera un mal socorro.

Murió ciego y pobre en el horror sin nombre de un hospital, y su manera de morir fué el obligado epílogo de su vida loca, imprevisora, de titiritero de la literatura.

Ya no se acordaba de su villa, de aquel pedazo de tierra donde había de morir. Era un ataúd, en el que dormitaba, rodeado de seres egoístas que se defendían del vecino ó intentaban aplastarle, siempre en continua guerra, como si todos se creyesen inmortales y temblaran por su sustento durante una vida sin límites.

Y el abuelo lloraba, hablaba de ahorcarse y dejarse morir de hambre. Si te vas, decía, vuelvo al bosque y no pongo los piés en el pueblo. Julî le calmaba diciendo que era menester que su padre volviese, que ganarían el pleito y pronto la podrían rescatar de la servidumbre.

En cuanto a morir en la miseria, como supone el vulgo, basta decir que el testamento de Colón lo firman siete criados suyos, y este lujo de servidumbre no significa indigencia.

Mi primera intención, cuando vi que se trataba de trasbordar, fue correr al lado de las dos personas que allí me interesaban: el señorito Malespina y Marcial, ambos heridos, aunque el segundo no lo estaba de gravedad. Encontré al oficial de artillería en bastante mal estado, y decía a los que le rodeaban: «No me muevan; déjenme morir aquí».

22 Mas si casualmente lo empujó sin enemistades, o echó sobre él cualquier instrumento sin asechanzas, 23 o bien, sin verlo, hizo caer sobre él alguna piedra, de que pudo morir, y muriere, y él no era su enemigo, ni procuraba su mal; 24 entonces la congregación juzgará entre el heridor y el pariente del muerto conforme a estas leyes.

Palabra del Dia

gallardísimo

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