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Me parece que esta circunstancia ha cedido á una especie de vaga superstición y de debilidad pueril, á que no debía haberse doblegado jamás una alma de su temple y á la que yo mismo he hecho mal en someterme. ¿Cómo no comprendí que me imponía con un aumento de inútil sufrimiento, un papel sin franqueza y sin dignidad? ¿Qué haré yo en adelante? ¿No es ahora cuando con justo motivo, podría reprochárseme el jugar con los sentimientos más sagrados?

Pero si en el teatro, mal llamado libre, que trata de fundarse, la junta directiva desecha mi obra, al desecharla, aunque afirme que no es tal su intención, literariamente me condena, empezando por someterme á un tribunal literario y á preceptos y reglas en cuya virtud ese tribunal juzga y sentencia.

Al observar mi naturaleza en contradicción tan radical con el espíritu de la época me asalta el temor de padecer una aberración mental: hay momentos en que me figuro ser uno de esos infelices degenerados incapaces de «adaptarse al medio» que tan bien pintan los modernos filósofos de la escuela positiva, y me estremezco y me abato, y me propongo en término no lejano someterme á un tratamiento terapéutico adecuado.

», Antoñita; quiero que usted me perdone, y para ello debo confiarle mi suerte, someterme a sus generosas inspiraciones, y poner en sus manos este pobre corazón abatido por el infortunio, lacerado por la pena. »AmauryYa me explico su deseo: Antoñita le ha dicho que estoy enfermo y él ha querido examinarme. »Pero yo, sospechando la verdad, me he negado a recibirle.

Disimulaba Cervantes aquel sufrimiento en que los sucesos de su amor tan inopinadamente le habían puesto, y a Margarita sonreía, y no parecía sino que teniéndola a ella, toda cuanta felicidad había ansiado tener tenía; y como ella, por las razones que Cervantes la había dicho, hubiese conocido que el venir a las manos el capitán don Baltasar y Cervantes inminente era, en cuanto el capitán supiese que ella a Cervantes amaba, y que a mayor abundamiento, en la casa de la hermosísima viuda indiana estaba, y ella le amaba, no porfió, sino que disimulando también su angustia, dijo: Si cuando yo me veía rica, porque mi padre me cubría con flores el abismo que cerca de los pies teníamos, atención no presté a las solicitudes y a los encarecimientos del amor de don Baltasar, menos podía admitirle cuando por la miseria en que me encontraba, él podía creer que, no esposa amante en tenía, sino mujer desesperada, que por no morir a los rigores del hambre, a él se había unido esclava de su desventura; y si altiva me había mostrado con él antes, más altiva con él fui luego; y de tal manera irritado y desesperado, y con el alma torcida apartose de nosotras, dejándome ver claro en una mirada, que no parecía sino que de los ojos de un demonio salía, que creía que la miseria, y la desesperación, y el amor a mi madre haríanme someterme a sus deseos; y no fue ya sólo la dura y horrenda pobreza, los días sin pan, el cuerpo sin abrigo, la soledad y la tristeza lo que sufrir tuvimos, sino asechanzas y humillaciones, y visitas de viejas olvidado todo temor de Dios, que a proponernos cosas venían, que no eran ni aun para oídas; y rondadas nos veíamos por bravas y malas gentes, y asustadas nos encerrábamos de noche, y mientras la una dormía velaba la otra, siempre dispuesta a clamar socorro a los vecinos al primer asomo de peligro, y sin atrevernos a salir ni aun de día a la calle.