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Disimulaba Cervantes aquel sufrimiento en que los sucesos de su amor tan inopinadamente le habían puesto, y a Margarita sonreía, y no parecía sino que teniéndola a ella, toda cuanta felicidad había ansiado tener tenía; y como ella, por las razones que Cervantes la había dicho, hubiese conocido que el venir a las manos el capitán don Baltasar y Cervantes inminente era, en cuanto el capitán supiese que ella a Cervantes amaba, y que a mayor abundamiento, en la casa de la hermosísima viuda indiana estaba, y ella le amaba, no porfió, sino que disimulando también su angustia, dijo: Si cuando yo me veía rica, porque mi padre me cubría con flores el abismo que cerca de los pies teníamos, atención no presté a las solicitudes y a los encarecimientos del amor de don Baltasar, menos podía admitirle cuando por la miseria en que me encontraba, él podía creer que, no esposa amante en tenía, sino mujer desesperada, que por no morir a los rigores del hambre, a él se había unido esclava de su desventura; y si altiva me había mostrado con él antes, más altiva con él fui luego; y de tal manera irritado y desesperado, y con el alma torcida apartose de nosotras, dejándome ver claro en una mirada, que no parecía sino que de los ojos de un demonio salía, que creía que la miseria, y la desesperación, y el amor a mi madre haríanme someterme a sus deseos; y no fue ya sólo la dura y horrenda pobreza, los días sin pan, el cuerpo sin abrigo, la soledad y la tristeza lo que sufrir tuvimos, sino asechanzas y humillaciones, y visitas de viejas olvidado todo temor de Dios, que a proponernos cosas venían, que no eran ni aun para oídas; y rondadas nos veíamos por bravas y malas gentes, y asustadas nos encerrábamos de noche, y mientras la una dormía velaba la otra, siempre dispuesta a clamar socorro a los vecinos al primer asomo de peligro, y sin atrevernos a salir ni aun de día a la calle.

Removido el óbice es mas fácil entrar en el buen camino; y libre la vista de esa niebla que la ofusca, no es tan peligroso extraviarse. No es solo la soberbia lo que nos induce á error al proponernos un fin. Para proponerse acertadamente un fin, es necesario comprender perfectamente la posicion del que le ha de alcanzar.

Concebimos una voluntad mas ó menos perfecta, en la que reune en grado mayor ó menor las perfecciones actuales ó posibles de la nuestra; y al proponernos concebir una voluntad de perfeccion infinita, elevamos á un grado infinito la perfeccion actual ó posible que encontramos en la finita.

Como la intuicion sensible es la base de nuestras relaciones con el mundo externo, y por consiguiente, con nuestros semejantes, natural es que al proponernos expresar un concepto cualquiera echemos mano de aplicaciones sensibles: pero de esto no se infiere, que independientemente de ellas, no haya en nuestro espíritu una verdad real, contenida en el concepto que deseamos explicar.

Al proponernos un fin debemos guardarnos de la presuncion y de la excesiva desconfianza. Sea cual fuere su carrera, su posicion en la sociedad, sus talentos, inclinaciones ó índole, nunca el hombre debe prescindir de emplear su razon, ya sea para prefijarse con acierto el fin, ya para echar mano de los medios mas á propósito para llegar á el.

Destacábase en el pórtico, secular cancerbero, una Esfinge de piedra, ¡una viva y rugiente Esfinge de piedra!... En vez de proponernos cuestiones insolubles para devorarnos si no las resolvíamos, como a Edipo y a tantos otros mortales, huyó a nuestra vista arrastrando el rabo. Un rabo tan pesado, que hacía un surco en la tierra que se dijera el lecho seco de un torrente.

A primera vista parece que buenas deben ser todas las palabras, puesto que sirven todas para hablar, o sea para gastar conversación, que es el fin que parecemos proponernos; esto es un error, sin embargo, y error grave. Palabras hay malas, profundamente malas por mismas, y sin necesidad de accesorios, que forman por solas oración y sentido, por más que suelan ellas no tener sentido común.