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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Emprendió la marcha la arrogante tabernera, y Manolo le dió escolta á respetable distancia hasta la citada esquina. Allí se detuvo. Soledad, sin volverse, levantó el brazo é hizo un gracioso saludo de despedida. Uceda permaneció inmóvil hasta que la perdió de vista. Después, lentamente, sofocado por mil pensamientos melancólicos, hizo rumbo hacia la Cervecería inglesa. Disputa.

Y miraba su oficina, la ancha acera, con su incesante corriente de transeúntes y sus vendedores, de plantón, pregonando billetes del próximo sorteo, gomas para los paraguas, libros baratos y perrillos de cría con un cascabel al cuello. Se despidió Maltrana del señor Manolo, luego que éste le prometió interceder cerca del Mosco para que los perdonase.

Hacía las «flores»: los pespuntes en forma de triángulo que adornaban los extremos de las ballenas. Era una tarea costosa y mal pagada, como todos los trabajos femeniles. Isidro se enfadó. ¿Deseaba matarse? Pero la sonrisa de Feli contuvo sus protestas. Señalaba con los ojos aquel cajón de la cómoda donde metía el dinero. Apenas quedaban unas cuantas pesetas de lo que les trajo el tío Manolo.

Han estado aquí, pero ya se han ido. Me alegro infinito replicó Manolo. El paso que ibas á dar no podía menos de acarrearte un grandísimo disgusto. Vuélvete á casa antes que llegue Velázquez, sube á tu cuarto y duerme tranquila. Verás cómo mañana, con la luz del día, se disipan esas nubes negras que ahora te atormentan.

Carta de Homobono Pereda á su amigo Manuel Ruiz, secretario primero de la sección de literatura del Ateneo de Madrid. Mi querido Manolo: Aunque no he tenido el gusto de ver letra tuya hace ya bastante tiempo, te escribo para noticiarte un suceso que tiene preocupada hace ya algunos días á toda la población. Ya tienes asunto interesante y patético para tu drama, si es que no has hallado otro mejor.

Jamás se le había ocurrido la posibilidad de perder el tiempo con una mujer. Eso quedaba para los hartos, para los felices. El señor Manolo comía con entusiasmo, alabando la carne tierna de los animales de El Pardo. Olía a tomillo, a romero, a todos los perfumes del bosque. Los domingos eran para él días de descanso y plácido aislamiento.

El primo Manolo no viene a España más que, por ejemplo, en invierno; nunca ha venido en Setiembre. Y eso de pegarse a la familia de Santa Cruz, ¡él, que gusta de andar siempre solo! Ello no será; ¡pero hay tantas cosas que parece que no pueden ser y luego son!

Vamos a ver, hombre, desembucha ese secreto.... Será una gansada de las que acostumbras.... Desengáñate, Manolo, que ya no estás para salir a la calle. Debes ponerte en cura decía mientras se frotaba los brazos con una pomada olorosa que había tomado de la batería de tarros y frascos de todos tamaños que tenía delante.

Todavía está a la mitad y ya se está cayendo. Primero te caerás . Es mío afirmó la señora de Santa Cruz avanzando más y poniendo la palma de la mano sobre el pupitre . A ver, rico avariento, usted para la obra de Dios. ¡Otra! Ya he dado unas vigas que valen cualquier cosa replicó Manolo, mirando embelesado, tan pronto la cara de la mendicante como su mano de ángel, sonrosada y gordita.

Oye, niño: yo no le he desplumado, por una razón muy sencilla: cuando vino a mi poder ya no tenía plumas dijo la Amparo poniéndose seria. No es verdad eso. Manolo ha gastado contigo más de cuarenta mil duros. ¡Eche usted duros! Así me lucía a el pelo cuando le puse a la puerta. Si tardo un poco más en hacerlo, voy a San Bernardino a la grand Dumond.

Palabra del Dia

hociquea

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