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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Sobre la consola había un santo bajo fanal, dos floreros de loza con ramos de mano y varias fotografías; el retrato de la condesa con galas de baile, haciendo pareja a éste el de Cristeta en traje de teatro, el del conde a caballo y, por último, los de Manolo e Inés, él con capa y ella con mantilla de casco.
Chico, si me hubieses dicho todo eso por la mañana me hubiera durado todo el día le dijo Amparo riendo . Pero ahora ... ya ves, nos dormiremos en seguida.... Pero vamos a ver. Amparo manifestó Rafael afectando seriedad . ¿Por qué has dejado a Manolo, un chico joven, simpático, de las primeras familias de España, por un tío asqueroso, viejo, baboso como Salabert?
Mi sobrino Manolo, que solía ser mi paño de lágrimas, estaba en Londres. Nada, nada, era indispensable arañar la tierra y buscar cuartos de otra manera y por otros medios. »El día aquel fue día de pruebas para mí. Era un viernes de Dolores, y las siete espadas, señores míos, estaban clavadas aquí... Me pasaban como unos rayos por la frente.
¡Siempre el mismo! ¡Eso es! ¡Siempre el mismo! repuso él levantándose. ¡Siempre queriéndote como un babieca! ¡Para mí, criatura, eres y serás la Virgen del Carmen y la Santísima Trinidad y el copón y la hostia!... ¡Calla, Manolo, calla! Habrá que mandarte á la miga. ¡Si fueras tú la maestra!... Adiós, gachona.
¿Pero estás de chanza o...? Manolo, ¿en qué piensas?... ¿Qué te pasa? Hay horas en la vida, que parecen siglos por las mudanzas que traen. Hace un rato, verás ¡qué cosa tan extraña!
No sé qué demonio de escoba misteriosa hay en estos ámbitos para el dinero. En cuanto entras en ellos con guita, te la barren, a pocos deseos que traigas de probar fortuna. Créete que, en buena ley, esto debía arder por los cuatro costados. ¿Por qué lo frecuentas, si tan malo te parece? Porque no sé otra cosa; porque somos así todos los que aquí venimos. ¡Ay, Manolo!
Manolo la estrechó con fuerza entre las suyas y la retuvo, mirando á la joven en silencio con intensa expresión de cariño. Ella apartó los ojos con señales de malestar y dijo afectando indiferencia: ¿Y qué dejas por Medina, niño? Al mismo tiempo tiró suavemente de su mano.
Al día siguiente, cuando le vió en la calle, le pareció aún mejor y le saludó afectuosamente. Manolo Uceda respondió al saludo con agrado, y algunos días después, con ocasión de cierta fiesta con música al aire libre, se aventuró á dirigirle la palabra, á acompañarla y, lo que es aún más, á sacarla á bailar. Este último obsequio puso corona inmarcesible á la gratitud de Soledad.
Los sentimientos que la agitaban eran la ira y la vergüenza. ¡Poner la mano sobre ella un hombre, cuando sus mismos padres no lo habían hecho después que fué mujer! ¿Qué pensarían de ella las comadres ante las cuales se había jactado tanto? ¿Qué diría Manolo Uceda, á quien había desmentido tan orgullosamente hacía pocos días?
El aperador conoció a uno de los dos hombres que tiraba del ronzal de la bestia para que acelerase la marcha. Le llamaban Manolo el de Trebujena y era un antiguo gañán que, después de una sublevación de los obreros del campo, estaba señalado por todos los amos como perturbador.
Palabra del Dia
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