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Mi sobrino Manolo, que solía ser mi paño de lágrimas, estaba en Londres. Nada, nada, era indispensable arañar la tierra y buscar cuartos de otra manera y por otros medios. »El día aquel fue día de pruebas para . Era un viernes de Dolores, y las siete espadas, señores míos, estaban clavadas aquí... Me pasaban como unos rayos por la frente.

Más allá, filas de sacos mostrando por sus abiertas bocas las patatas de Aragón, de barnizada piel, y tras ellos los churros, cohibidos y humildes, esperando quien les compre la cosecha, arrancada a una tierra ingrata en fuerza de arañar todo un año sus entrañas sin jugo.

Un pazguato de Bulgaro de dos varas y tercia, viendo que habia yo perdido los sentidos con esta escena, se puso á violarme; con lo qual volví en , y empecé á morder, á arañar, y á querer sacar los ojos al Bulgarote, no sabiendo que era cosa de estilo quanto en la quinta de mi padre estaba pasando; pero me dió el belitre una cuchillada junto á la teta izquierda, que todavía me queda la señal.

Nélida dio detalles de su instalación. Ocupaba sola un pequeño camarote; en otro inmediato estaba su hermano; más allá sus padres, en uno más grande. Vería luz en la puerta entreabierta. No tenía más que llegar cautelosamente, arañar la madera... Pero se detuvo en sus indicaciones. ¡Ya llega ese imbécil!... ¡La orden para ir a dormir!

Frasquita, espantada de tales improperios y aturdida por la estúpida pasividad de su esposo, dudó un momento entre arañar al infiel o agarrarse con la desvergonzada manceba; por fin, temerosa de que ésta la maltratase, se arrancó contra el estanquero, y a pellizcos y tirones de pelos, le levantó del suelo, vociferando: ¡Despídela, pégala, quiero que la mates!, ustez, mala mujer, ladrona de hombres, ¡fuera de aquí!

Pero el Ferrer era hombre de oficio, poco entendido en materias agrícolas, y aunque todos los ibicencos mostrábanse igualmente dispuestos a cultivar la tierra, echar una red en el mar o hacer un alijo de contrabando, pasando fácilmente de un trabajo a otro, él quería para su hija un verdadero labrador, habituado toda su vida a arañar el suelo. Su resolución era inquebrantable.

A fin de tenerle más sujeto, dispuso aquel Tetrarca con faldas que la criada hiciese los pocos recados que en la casa se ofrecían; buscó y pagó persona que acudiese a los centros oficiales de donde había que recoger las sacas del tabaco y los pedidos del papel sellado; obligó a su esposo a encargarse de la venta desde que se abría hasta que se cerraba el estanco para que no tuviera momento libre, y, finalmente, decidió pasar el día sentada junto al mostrador, en continua vigilancia, con propósito de morder y arañar a quien se presentase trayendo carta o recado sospechoso.

Baja, dueño mío, ¿me oyes?... No tienes más que arañar la puerta. Yo abriré inmediatamente. Le miraba con sus ojos enormes y ávidos, que parecían querer devorarle. La punta de su lengua asomaba como un pétalo de rosa entre los labios súbitamente abrasados. Arremolinadas por la brisa, aleteaban en torno de su frente las cortas melenas, dando a su cara un aspecto diablesco.

Aplacado en su cólera, siguió quejándose durante el resto del paseo. ¿Cuántos le habían precedido?... Necesitaba conocerlos. Quería saber, por lo mismo que esto le causaba un daño horrible. Era el sádico deleite del celoso que persiste en arañar su herida. Quiero conocerte repitió . Debo conocerte, ya que me perteneces. ¡Tengo derecho!...

Bonis parecía otro. El mismo Sebastián, que era positivamente bravo y fuerte, y muy capaz de arrojar por el balcón al escribiente de su tío, se achicó un tanto por lo que él calificó de fuerza moral de aquellas palabras, y de aquel gesto y de aquel tono. Todos comprendieron que el pobre Bonis estaba dispuesto a morder y arañar para impedir que la salud de Emma peligrase.