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Actualizado: 18 de junio de 2025
Entonces aprendió también á bendecir la previsión de su padre, que le había permitido conocer algo el mundo, antes de sepultarse para siempre en la soledad del claustro. ¡Cuán diferente le parecía entonces la vida, cuán exageradas las palabras del Maestro de los novicios al describirle con los más negros colores la manada de lobos, como él decía, que le esperaban para devorarle apenas abandonase los muros protectores de Belmonte!
Baja, dueño mío, ¿me oyes?... No tienes más que arañar la puerta. Yo abriré inmediatamente. Le miraba con sus ojos enormes y ávidos, que parecían querer devorarle. La punta de su lengua asomaba como un pétalo de rosa entre los labios súbitamente abrasados. Arremolinadas por la brisa, aleteaban en torno de su frente las cortas melenas, dando a su cara un aspecto diablesco.
Le miraba, pálida, con los ojos enormemente agrandados, unos ojos que parecían devorarle con su admiración. Ven, pobrecito mío... Ven aquí, soldadito dulce... Te debo algo. Y volviendo su espalda á la doncella, le invitó á doblar una esquina inmediata.
Pero, en fin, hablando, hablando, Ángel sorteó con habilidad los estorbos de la introducción, y llegó lo antes que pudo al tema de sus angustias. Tardó bastante, pero lo expuso bien, sin ocultar un ápice de cuanto sabía. De todo habló, unas veces conmovido y otras veces animoso, pero siempre con buen arte; y Leticia, mientras le estaba oyendo, parecía devorarle con los ojos.
Cuentan nuestras crónicas que un día, un chino infiel que hasta entonces no había querido convertirse, pasaba por delante de la iglesia, cuando de repente el demonio se le presentó en forma de caiman, le volcó la banka para devorarle y llevarle al infierno. Inspirado por Dios, el chino invocó en el momento á S. Nicolás y al instante el caiman se convirtió en piedra.
Brillaban los ojos, fijos en él con el fuego del odio; las cabezas, turbadas por el alcohol, parecían sentir el escarabajeo de la tentación homicida; instintivamente iban todos hacia Batiste, y éste comenzó á sentirse empujado por todos lados, como si el círculo se estrechase para devorarle. Estaba arrepentido de haberse quedado junto á los jugadores.
Lo que desorientaba más a Maxi era que ella no tomaba varas con nadie, y siempre que él decía vámonos, estaba dispuesta a retirarse. Buscaba el farmacéutico algo en qué fundar las conjeturas que empezaban a devorarle, y no lo encontraba.
Allí, en vez de las historias del buen truhán Fernando de Amezqueta, tuvieron que oir, contada por una vieja, la historia de don Teodosio de Goñi, un caballero navarro que, después de haber matado a su padre y a su madre, engañado por el Diablo, se fué de penitencia al monte con una cadena al pie, hasta que, pasados muchos años y siendo don Teodosio viejo, se le presentó un dragón, y ya iba a devorarle, cuando apareció el arcángel San Miguel y mató al dragón y rompió las cadenas al caballero.
Se hubiera oído volar una mosca; los lobos, al andar, no hacían ruido alguno, y el cuervo iba a posarse en la copa de una encina seca, situada sobre una de las rocas opuestas; su brillante plumaje parecía de color azul, y de vez en cuando volvía la cabeza como si escuchara. Aquello era extraordinario. Robin pensó: El loco no ve nada ni oye nada; y van a devorarle.
Emborronó mucho papel; le rasgó enseguida; y la carta no salía jamás a su gusto. Ya era seca, fría, pedantesca, como un mal sermón o como la plática de un dómine: ya se deducía de su contenido un miedo pueril y ridículo, como si Pepita fuese un monstruo pronto a devorarle; ya tenía el escrito otros defectos y lunares no menos lastimosos.
Palabra del Dia
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