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Actualizado: 27 de mayo de 2025


La tabernera cumplió la orden con igual silencio. Manolo apuró el vaso, como lo había hecho antes, y puso una moneda sobre el mostrador. Soledad abrió el cajón, sacó la vuelta y la colocó á su lado. Está bien dijo metiéndola en el bolsillo. Me voy, hija mía, que me esperan. Hizo ademán de levantarse; se inclinó hacia Soledad. Hasta la vista, gitana. ¿No me das la mano?

Pero Rafael protestaba. ¡El gran amigo de su padrino, el que había sido jefe de su padre!... ¿Cómo podía pasar por la puerta de su casa sin entrar en ella?... Y casi a viva fuerza lo metió en el cortijo, mientras Manolo seguía adelante. Anda, que hoy tendrás buen despacho le dijo Zarandilla. Los mozos se pirran por tus papeles y tendrán en qué entretenerse mientras llueva.

Por convenio expreso entre ambos, Miguel había de ir por la mañana a buscar a su tío con la carretela, y desde la fonda irían a esperar a los viajeros. Cuando subió a la fonda a eso de las siete, tío Manolo comenzaba a aderezarse, en cuya grave y prolija ocupación no gustaba de que nadie le turbase.

Con sus amigos León y Rafael. ¿Nadie más? Nadie más, hombre. ¿Me vas a examinar? Es que yo he sabido que ha estado también Manolito Dávalos. El duque no lo sabía. Quiso sacar de mentira verdad. Cierto: también ha estado Manolo replicó con indiferencia. Bueno, pues será la última vez dijo mordiendo con rabia el cigarro.

El tío Manolo fue enseñando a Miguel los trenes más lujosos y nombrándole sus dueños: también le enseñó las bellezas de la corte. ¡Guapa mujer esa que acabo de saludar! ¿eh?

El señor Manolo no los mentaba nunca, y eso que sabía dónde se ocultaban desde la semana siguiente a la de su fuga. Vivían cerca de la plaza de la Cebada, en la casa de un reaccionario, de un loco que repartía estampas y regocijaba a la gente con sus sermones. Yo lo todo dijo el capataz, riendo ante el asombro de Maltrana . En mi oficina se habla de cuanto ocurre en Madrid.

Soledad se puso aún más pálida. Y dejando escapar la cólera que hinchaba su corazón desde el principio de la entrevista, profirió con voz alterada: ¿Sabes lo que te digo, Manolo?... Que hagas el favor de dejarme en paz.

Iba una hermana de ella y otras tres personas!... ¡Si me han dicho que se casan!... ¡Vaya si se casarán!... Como que es rica... Su padre tiene no cuántas tiendas... ¡Y yo no soy más que una pobrecita huérfana! Al llegar aquí rompió á sollozar de nuevo. Manolo hizo lo posible por calmarla con reflexiones consoladoras. Velázquez tenía buen fondo y la quería.

El más indignado fue tío Manolo: «¡El día que vea a esa petenera tratar mal a mi sobrino había dicho en cierta casa, como no se tape las orejas con cera va a escuchar cosas muy lindas!» Y pasó como había previsto.

Pa ver una huerta con algunos árboles tísicos allá donde Cristo dió las tres voces... ¿Ha venido Espinosa? No; ahí no están más que Antonio, Pepe, Frasquito y su tío... ¡Ah! también acaba de salir Manolo, pero no ha estado en la reunión. ¿Qué Manolo? Manolo Uceda repuso ella ruborizándose. Velázquez frunció levemente el entrecejo, y la miró fijamente.

Palabra del Dia

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