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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Sin desalentarse, trabajó, trabajó, trabajó... Y, después de veintiún días de esfuerzo y de gastar treinta y cinco bloques de papel en borradores, tenía su cuento-poema concluido, muy concluido, y tan concluido, que ya no se le podía cambiar ni media coma. Llegó a del Laurel y a Aristarco, siempre reunidos en casa del primero, la interesante y breve composición.
Desde que perdí el corazón en el cielo de vuestras perfecciones, señora, dijo Cervantes, de tal manera he ansiado, tanto he dudado, tan grande la desdicha de mi amor he creído, que no he tenido alma ni vida más que para ansiar y temer, y buscaros y entreveros, apareciendo con el alba, tornándoos a vuestra casa a punto que el sol salía, menos que vos hermoso; y todo era en mí sobresalto y congoja, y afán y miedo; que ante vos no quería mostrarme, por no ver el desdén en vuestros ojos, hasta que no pudiendo más, y desesperado y loco, a daros música vine, y a deciros ese triste soneto, que en su poco valer bien muestra que las musas están enojadas conmigo, al verse por vos, a causa del grande amor que os tengo, por mí desdeñadas y olvidadas; bien que si vos, como me lo hace creer el deseo, me amáis, ¿qué vale el laurel de Apolo comparado con la gloria de teneros mía?
Fué publicado en 1630. Tras El Laurel viene en el mismo volumen La Selva sin amor, égloga que fué cantada ante el Rey y la Corte, puesta la escena con gran magnificencia y aparato.
El humo, el fuego, los gritos, el estrago y el tropel, el polvo que en remolinos levantan los fuertes piés, hacen una zambra horrible en que danza Lucifer, y ni ceden los cristianos ni el moro piensa en ceder, que todos de la victoria buscan el noble laurel.
Se mantienen sobre el fuego durante un cuarto de hora, cuidando de volverlas con manteca, y cuando estén pasadas se disponen sobre una fuente, y se sirven con una salsa de tomate. TERNERA ASADA EN SU JUGO. Se toma un trozo de ternera y se sala; póngase en una tartera con manteca de cerdo media hoja de laurel, uno o dos granos de pimienta, un clavo de especias, y se mete en el horno fuerte.
El anciano dice en sus adentros: todo eso es mio; ¿quién es ninguno de estos recien venidos, de esos forasteros, de esos imberbes, para disputarme la religion de mi memoria, mi memoria que es mi cendal de lágrimas y mi corona de laurel, mi martirio y mi poesía. Todo eso es mio, el que lo toque es un profano. Sabe que el hablar tiene sus peligros, y calla: hé aquí la reserva.
Habia allí, además del régio alcázar, viviendas magníficas para hospedar á los altos funcionarios del Estado; allí acueductos que mantenian con el agua de la sierra en perpétuo verdor las huertas y vergeles; allí jardines con toda clase de flores y boscages de azahar, de mirto y de laurel; allí sorprendentes juegos de aguas, y fuentes, estanques y lagunas de todas formas; allí cenadores y deliciosas umbrías en que guarecerse de los ardores del estío.
Juan del Laurel, estudiante de derecho nominalmente y por accidente, era de profesión «un joven de talento». Bastaba mirarlo para comprenderlo así, pues llevaba los signos de su profesión en su indumentaria y sus modales... El joven de talento era por entonces ¡más altas acciones lo esperaban! poeta decadente y modernista.
No es, pues, ni el arte profundo y exquisito, ni la sutil y peregrina enseñanza de inauditas verdades, ni la superior inspiración, ni el refinamiento de la última moda de París, ni el primor del estilo, ni otras raras prendas literarias, lo que da la palma y corona de laurel a un autor de novelas: es el llegar a tiempo oportuno y el dejarse arrastrar sin miedo por la corriente.
Pidamos para el campo las mieses abundosas, El pan para los pobres, virtud á las hermosas, Y para el pueblo todo, la luz de la razon; Y ante la tumba fria do yacen nuestros padres, Que de laurel eterno cubrieron nuestras madres, Pidamos para todos de paz la bendicion!
Palabra del Dia
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