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Verdad es que al segundo toque dieron con Sancho en el suelo, y lo mesmo le avino a don Quijote, sin que le valiese su destreza y buen ánimo; y quiso su ventura que viniese a caer a los pies de Rocinante, que aún no se había levantado; donde se echa de ver la furia con que machacan estacas puestas en manos rústicas y enojadas.

A cuyas razones enojadas, Con estas blandas respondió Timbreo: Vienen las malas suertes atrasadas, Y toman tan de lejos la corriente, Que son temidas, pero no escusadas. El bien les viene á algunos derepente, A otros poco á poco y sin pensallo, Y el mal no guarda estilo diferente. El bien que está adquirido, conservallo Con maña, diligencia y con cordura Es no menor virtud, que el grangeallo.

Apenas hemos cambiado diez palabras y tenemos que esclarecerlo todo.... Porque es imposible que nuestras familias permanezcan enojadas ... Á nosotros corresponde reconciliarlas.... ¿No quiere usted? ¡De todo corazón! Al menos, debemos conocer las causas de sus diferencias ... Usted parece mejor informada que yo.... No, señor. Entonces, ¿quién nos dirá la verdad?

No dijo la mansa voz de Carmencita ; ya oyes cómo se queja; está muy malo del cuerpo, sin duda..., y el alma ... ya ves cómo la tiene: sólo salen de ella palabras horribles.... ¿Y por qué estás con él? Porque le tengo compasión...; nadie le quiere ni le cuida.... ¿Y «ellas»? Están muy enojadas...; no tienen dinero.... Me dijeron que el marino se había marchado.

Dió á su revés la apariencia de una broma mal interpretada. Ya sabía que con la mayor parte de las mujeres acostumbraba á usarlas, que las hacía disparatadas declaraciones de amor y le gustaba verlas enojadas. Con Paca las había usado infinitas veces, sin que jamás se le hubiese puesto seria; pero como ahora la estaban escuchando, quiso hacerse un poco la persona y darse tono...

Ni le habían excitado, ni le habían animado mirándole, ni le habían sonreído, ni se habían mostrado enojadas cuando las siguió, cuando casi las detuvo, cuando descaradamente se quedó mirándolas. La más glacial indiferencia había aparecido en ambas mujeres.

Desde que perdí el corazón en el cielo de vuestras perfecciones, señora, dijo Cervantes, de tal manera he ansiado, tanto he dudado, tan grande la desdicha de mi amor he creído, que no he tenido alma ni vida más que para ansiar y temer, y buscaros y entreveros, apareciendo con el alba, tornándoos a vuestra casa a punto que el sol salía, menos que vos hermoso; y todo era en sobresalto y congoja, y afán y miedo; que ante vos no quería mostrarme, por no ver el desdén en vuestros ojos, hasta que no pudiendo más, y desesperado y loco, a daros música vine, y a deciros ese triste soneto, que en su poco valer bien muestra que las musas están enojadas conmigo, al verse por vos, a causa del grande amor que os tengo, por desdeñadas y olvidadas; bien que si vos, como me lo hace creer el deseo, me amáis, ¿qué vale el laurel de Apolo comparado con la gloria de teneros mía?