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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Así es que aquellos que no lo hayan pensado bien, aquellos que no se sientan con ánimos de llegar hasta el fin, que se vayan; no se lo reprocharemos. Todo el mundo es libre. Hullin callose un momento, mirando a su alrededor. Nadie se movió.

Hullin, Jerónimo, el anciano Materne y el doctor Lorquin se habían sentado alrededor de la labradora para morir juntos. Todos permanecían silenciosos, y los últimos rayos del crepúsculo iluminaban el grupo sombrío. A la derecha, detrás de una prominencia de la peña, se veían brillar, en el fondo del abismo, algunas hogueras de los alemanes.

Y el anciano Materne decía a sus hijos: Otras veces, después de dos o tres días de caza en la sierra, durante el invierno, me entraba también a un hambre de lobo y me comía una pierna de corzo sin respirar; ahora, ya voy haciéndome viejo y me bastan una o dos libras de carne. ¡Lo que es la edad! Hullin había encendido su pipa y parecía muy pensativo; no cabía duda de que algo le inquietaba.

Acto continuo, la joven, rebosando alegría y saltando como una corza, corrió a abrazar a Hullin. ¡Ah! ¿Eres , papá Juan Claudio? ¡Te esperaba! ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Cuánto tiempo has estado de viaje! ¡Pero ya estás aquí! ¡Es que, hija mía contestó el buen hombre en tono menos decidido, dejando la estaca detrás de la puerta y el sombrero sobre la mesa , es que... Y no pudo decir más.

¡Qué bien sabe hacer que se mueva la gente! se decía el anciano ; ¡je, je, je!; es un húsar, un ama de casa; no hubiera podido sospecharlo, ¡tan pronto! Por fin, al cabo de cinco minutos, luego de haberlo visto todo, Hullin se decidió a entrar, diciendo: ¡Valor, hijas mías!

En épocas normales, usted pensaría como yo, Catalina; pero usted ahora está inquieta por no recibir noticias de Gaspar... Esos rumores de guerra, de invasión, que corren la atormentan y la preocupan... No duerme usted..., y lo que le dice un pobre loco lo toma por artículo de fe. No, Hullin, no es eso; usted mismo, si hubiera oído a Yégof...

Cuanto Hullin ordenó llevose a cabo; los desfiladeros de la Aduana y del Sarre se fortificaron con solidez; el de Blanru, que se hallaba a un extremo de la posición, fue puesto en condiciones de defensa por el propio Juan Claudio y los trescientos hombres que constituían su fuerza principal.

Entonces el oficial, levantando la voz, dijo en tono firme: Ante todo, permítame, señor comandante, decirle que usted ha cumplido magníficamente con su deber y que por ello ha conquistado la estimación de sus enemigos. En materia de deberes contestó Hullin , no puede haber más ni menos. Hemos hecho lo que hemos podido.

Hullin se sentaba entre los leñadores, los carboneros, los schlitteros, frente a un gran fuego hecho con serrín, y mientras giraba la pesada rueda, retumbaba la presa y rechinaba la sierra, él, con el codo apoyado en la rodilla y la pipa en los labios, hablaba a aquella buena gente de Hoche, de Kléber y, por último, del general Bonaparte, a quien había visto cien veces, describiendo su rostro enjuto, sus ojos penetrantes y su perfil de águila, como si le tuviera presente.

Su dulce rostro resplandecía de contento, y sus grandes ojos azules brillaban como llenos de entusiasmo; hasta parecía que la joven hablaba en voz alta. Hullin prestó atención, pero precisamente en aquel momento pasaba un carro por la calle y no pudo oír nada. Entonces, tomando una resolución sin titubear, entró diciendo con voz fuerte: Luisa, ya estoy de vuelta.

Palabra del Dia

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