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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Frantz y Hullin, a la izquierda, observaban la meseta; Kasper y Jerónimo, a la derecha, exploraban el valle; Materne y los hombres de la escolta rodeaban a las mujeres. ¡Cosa extraña!
Sin embargo, cada cual es libre de hacer lo que quiera y puede deponer las armas y volver a su aldea; pero los que quieran vengarse ¡que se unan a nosotros!: con nosotros partirán el último pedazo de pan y agotarán el último cartucho. El anciano almadiero Colon se levantó, y dijo: Hullin, todos estamos contigo; hemos comenzado juntos a batirnos y juntos terminaremos.
A pesar de la distancia, Luisa, creyendo reconocer la voz de su padre, fue presa de tal emoción, que Catalina tuvo que sostenerla. Casi simultáneamente numerosos pasos resonaron en la nieve endurecida, y Luisa, no pudiendo contenerse, gritó con voz desgarradora: ¡Papá Juan Claudio!... Ya voy, ya voy contestó Hullin. ¿Y mi padre? preguntó Frantz Materne corriendo hacia Juan Claudio.
¡Cuántas reflexiones, cuán amargos sentimientos invadían sus almas! Así que pasaron unos instantes, la anciana, sobreponiéndose a los terribles pensamientos que la embargaban, dijo gravemente: ¿Ve usted, Juan Claudio, como Yégof no estaba equivocado? Sin duda, sin duda, no estaba equivocado respondió Hullin ; pero ¿qué prueba eso?
Marcos dijo Hullin , perdóname; he dicho mal; ¡he sufrido tanto en estos días!; la desgracia me hace desconfiar; dame la mano... ¡Anda, ve, sálvanos, salva a Catalina, salva a mi hija! Desde ahora te lo digo: no tenemos más recurso que tú. La voz de Hullin temblaba. Divès aceptó aquellas explicaciones, pero añadió: ¡Bien está, Juan Claudio!
Desde el fondo del valle se dirigió derechamente hacia el Estado Mayor enemigo, y cuando llegó delante del general hizo algunos gestos señalando al otro lado de la meseta de «El Encinar». ¡Ah, bandido! exclamó Hullin . Está diciendo que Piorette carece de defensas por aquel lado y que es preciso rodear la montaña.
Me parecía oír el canto del viejo, el ladrido de los perros y los ruidos de la batalla. Hacía mucho tiempo que no había experimentado inquietudes semejantes. Ya sabe por qué he venido a verle... ¿Qué piensa usted de todo esto, Hullin?
Sí, Wittmann; los días son cortos, y los caminos, a través de los bosques, difíciles después de las seis; tengo que llegar a buena hora. Entonces, buen viaje, maestro Juan Claudio. Hullin salió y atravesó la plaza apartando la vista del convoy, que estaba aún parado a la puerta de la iglesia.
Hacia las tres de la tarde, los caminantes oyeron las primeras voces de los centinelas de la partida: ¿Quién vive? ¡Francia! respondió Materne adelantándose. Todos salieron al encuentro de los recién llegados, gritando: «¡Viva Materne!» El mismo Hullin, lleno de tanta curiosidad como los demás, no pudo contenerse y acudió, acompañado del doctor Lorquin.
El viejo péndulo dio las nueve, y cuando Hullin reanudaba su tarea, se abrió la puerta y apareció en el umbral Catalina Lefèvre, la labradora de «El Encinar», con gran asombro del almadreñero, porque no era frecuente que dicha mujer viniese a semejantes horas.
Palabra del Dia
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