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Actualizado: 17 de junio de 2025
27 Y no solamente hay peligro de que este negocio se nos vuelva en reproche, sino también que el templo de la gran diosa Diana sea estimado en nada, y comience a ser destruida su majestad, la cual honra toda el Asia y el mundo. 28 Oídas estas cosas, se llenaron de ira, y dieron alarido diciendo: ¡Grande es Diana de los efesios!
Amigos, bebamos a la salud de nuestra señorita; pidamos a Dios que el esposo nuestro amo la haga tan feliz como merece, que si lo hace, tan estimado será entre nosotros como el arcángel San Rafael. Estas graves palabras determinaron una explosión en la cocina, donde se habían congregado también criados y criadas y mozos de labranza.
Tomé la misiva que me entregaba, y temblando la abrí, encontrando, escritas apresuradamente con lápiz sobre una hoja de papel de esquela, estas pocas líneas: «Estimado señor Greenwood: Indudablemente le causará a usted inmensa sorpresa saber que he abandonado para siempre mi casa.
Conozcamos, hermano mío carísimo, nuestra fortuna, la cual estoy por decir que es la mayor de cuantas Dios puede conceder á sus escogidos. ¿Y qué? ¿Por ventura es cosa de poca monta vivir desconocido, y si tengo de decir la verdad, despreciado de todos, ó á lo menos poco estimado? ¡Oh, afortunados nosotros, si de cosa tan grande fuéramos participantes! ¡Ánimo, hermano mío muy amado! ¡aliento, vamos, vamos! mas ¿dónde? á las Indias, esto es, al Calvario. ¿A qué fin?
Yo siempre he estimado a Rudesindo balbució el propietario. ¿Eh? ¿Cómo? ¿Qué decía usted? gritó don Feliciano con triunfal exaltación. Que usted siempre ha estimado mucho a don Rudesindo, ¿verdad, mi queridín? ¿Ha dicho usted eso? Sí, señor. Yo, ¿por qué? dijo el fabricante abriendo ansiosamente los ojos. ¿Tendrías por casualidad deseos de herirle? Ni de hacerle el menor daño.
Sin duda la crítica de Signorelli es, en lo general, la estrecha de su tiempo y de su nación, pero, á pesar de esto, ha estimado y realzado algunas bellezas de los dramáticos españoles, y por ningún concepto merece las burlas y desprecios de la Huerta.
Después de las primeras semanas de romper con Elena, una noche no pude evitar asistir a un baile. Hallábame hacía largo rato sentado y aburrido en exceso, cuando Julio Zapiola, viéndome allí, vino a saludarme. Es un hombre joven, dotado de rara elegancia y virilidad de carácter. Lo había estimado muchos años atrás, y entonces volvía de Europa, después de larga ausencia.
»Tu amigo La señora Chermidy al doctor Le Bris «París, 13 de agosto de 1853. »Llave de los corazones, mi estimado amigo, he aquí una grande y magnífica noticia. Mme. de Sevigné se la haría esperar durante dos páginas; yo voy más pronto al grano y se la espeto en seguida. ¡Soy viuda, amigo mío; viuda sin apelación; viuda en última instancia, como si el notario lo hubiese rubricado!
No vuelvo de mi sorpresa. ¿Qué diablos quieren decir la carta de Funes, y luego la charla del médico? Confieso no entender una palabra de todo esto. He aquí las cosas. Hace cuatro horas, a las 7 de la mañana, recibo una tarjeta de Funes, que dice así: Estimado amigo: Si no tiene inconveniente, le ruego que pase esta noche por casa. Si tengo tiempo iré a verlo antes. Muy suyo Luis María Funes.
Pues qué, ¿ignoras que yo soy un pobre diablo, dependiente de él, y que él es poderoso, rico, respetado y temido aquí, estimado y favorecido por el Gobierno y caballero gran cruz con excelencia y todo? ¿Y qué me importa a mí su excelencia? A ti y no a él debió el Gobierno dar la gran cruz, ya que todo lo bueno que se hace en este lugar eres tú quien lo hace.
Palabra del Dia
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