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Actualizado: 16 de junio de 2025


Su temperamento le engañaba, fingiendo una juventud sin fin; la desgracia al herirle de repente le desteñía, como un chubasco, todas las canas del espíritu. «Ay, , era un pobre viejo; un pobre viejo, y le engañaban, se burlaban de él.

Beatriz gimió sin poder esquivarse, mientras Ramiro sentía correr por su cuerpo sobrehumano deleite. ¡Al fin lograba la ansiada, la soñada caricia! ¡Era el beso de ella, el beso de Beatriz, tantas veces imaginado! Pero, de pronto, en medio de aquel loco transporte, un relámpago de razón brilló en su cerebro. La realidad acababa de herirle de súbito. Fue algo espantoso.

Hizo lo mismo con el segundo sin detenerse y sin que la pica bastase a contenerle ni hiciese más que herirle ligeramente. El tercer picador tuvo la misma suerte que los otros. Entonces el toro, con las astas y la frente teñidas en sangre, se plantó en medio de la plaza, alzando la cabeza hacia el tendido, de donde salía una gritería espantosa, excitada por la admiración de tanta bravura.

Tuvo cinco heridos de consideracion y otros muchos levemente, y el mismo Orellana recibió un fuerte golpe de piedra, que despues de haberle roto la quijada inferior, pasó á herirle en el pecho.

El diputado, tras breve indecisión, siguió adelante, desalentado, cabizbajo, sin fijarse en el viejo que había vuelto a colocarse a su lado. ¡Ah, el maldito! ¡Qué bien había sabido herirle!

Yo siempre he estimado a Rudesindo balbució el propietario. ¿Eh? ¿Cómo? ¿Qué decía usted? gritó don Feliciano con triunfal exaltación. Que usted siempre ha estimado mucho a don Rudesindo, ¿verdad, mi queridín? ¿Ha dicho usted eso? , señor. Yo, ¿por qué? dijo el fabricante abriendo ansiosamente los ojos. ¿Tendrías por casualidad deseos de herirle? Ni de hacerle el menor daño.

Entonces el comerciante, por una súbita y celestial inspiración, le hizo seña de que se acercase. Don Rudesindo avanzó hacia ellos lentamente, con paso tímido y vacilante. ¿Dice usted, mi queridín, que no tiene ninguna gana de matar a don Rudesindo? preguntó el comerciante a Miranda. Ninguna murmuró éste. ¿Tendría usted, por casualidad, deseos de herirle? Tampoco.

Era el odio que no encontraba otra forma de herirle, ya que las manos se negaban á ello por el antiguo respeto; era el desprecio al verle anonadando con su fuerza de animal bien mantenido y feliz, á aquel aborto de la miseria que estaba en el suelo con la cara ensangrentada.

Al llegar junto a , echome los brazos al cuello, exclamando: ¡Es una santa, una esposa de Cristo; es El quien habla por sus labios!, y gemía como un hombre que no osa arrancarse del pecho el dardo con que acaban de herirle. Desde entonces púsose a observaros de lejos, y os vio derramar por todas partes vuestra cristiana bondad.

Pero tenía enfrente á una mujer... Y esta mujer era capaz de herirle, colocándolo al mismo tiempo en una situación ridícula... ¡Retírese, señor! ordenó Freya con tono ceremonioso y amenazante, como si hablase á un extraño. Pero fué ella la que se retiró finalmente al ver que Ulises daba un paso atrás, quedando meditabundo y confuso.

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