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Actualizado: 16 de octubre de 2025
La dama manifestó que, debiendo levantarse temprano para estudiar sus lecciones, necesitaba más sueño. No se dio aquél por convencido. Comprendía que se trataba de una ruin venganza; pero tuvo la prudencia de callar, temiendo mayor daño. A Amalia se le ocurrió entonces herirle de modo más directo.
Después desto, cuenta la historia que se llegó el día de la batalla aplazada, y, habiendo el duque una y muy muchas veces advertido a su lacayo Tosilos cómo se había de avenir con don Quijote para vencerle sin matarle ni herirle, ordenó que se quitasen los hierros a las lanzas, diciendo a don Quijote que no permitía la cristiandad, de que él se preciaba, que aquella batalla fuese con tanto riesgo y peligro de las vidas, y que se contentase con que le daba campo franco en su tierra, puesto que iba contra el decreto del Santo Concilio, que prohíbe los tales desafíos, y no quisiese llevar por todo rigor aquel trance tan fuerte.
Con sólo media docena de zancadas llegó el coloso á la puerta de la prisión, hundiendo sus pies en la muchedumbre armada. Las amazonas enviaron á lo alto una nube de flechas contra su pecho y su cabeza, mientras los jinetes de las cimitarras intentaban herirle en las pantorrillas.
Pimentó, de bruces en el suelo, se quejaba con lamentos que parecían ronquidos, saliendo á borbotones la sangre de su rota cabeza. Con la fraternidad del ebrio, acudió Terreròla el mayor en auxilio de su rival, mirando hostilmente á Batiste. Le insultaba, buscando en su faja un arma para herirle.
Temblaba de inquietud, y la noticia que tan bruscamente le daba Laura, el beso a Julio, sólo alcanzó a herirle la imaginación. Su amor propio había muerto, estaba dispuesto a pasar por todo para conseguir que Adriana le siguiera. A ser necesario, se habría humillado hasta arrastrarse a sus pies o hasta suplicar al mismo Julio que intercediera para convencerla. Porque la deseaba.
La filípica continuó en este tono largo rato, y el muchacho ni se movía, ni hablaba: misia Casilda usó de todas sus armas, y trató de herirle en su amor propio, en su dignidad, en medio del corazón, que ella conocía tan tierno, a pesar de todo.
Ir al monte con sus sabuesos; seguir la pista del oso; llegar a verle, apuntarle, herirle, ¡oh placer!..., y, sobre todo, rematarle a puñaladas, luchando con la fiera cuerpo a cuerpo, brazo a brazo, solo, sin más testigos que sus perros, sin otro auxilio que el de su corazón impávido, su puño de bronce y su puñal de acero. ¡Oh embriaguez sublime!
Pero ¡gran Dios! qué hombre es usted, si no me cree... y si creyéndome persiste en sus designios de odio y de venganza... No, no, no dejará de hacer usted un llamado a su razón, a su justicia y a su lealtad... No quisiera herirle, Dios lo sabe... pero en un interior como el nuestro, en una situación como la mía... ¿qué quiere que una joven haga de su tiempo, de su corazón, de su pensamiento y de su vida?... Usted tiene sus queridas... déjeme siquiera mis amigos... y puede estar seguro de que tendrá que elegir entre los amigos confesados, y los amantes ocultos.
Palabra del Dia
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