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Al llegar a ella Elena subió a sus habitaciones. Núñez la siguió. ¿No has recibido mi carta? le preguntó rudamente así que puso el pie en su saloncito. Las malas noticias llegan siempre respondió Núñez. Entonces, ¿qué vienes a hacer aquí? A buscar una explicación. Tu cartita tiene más clara la letra que el espíritu. No te ofenderás si te digo que nunca serás la émula de madama de Sevigné.

Veíase obligada a escuchar sus alegres exclamaciones, sus comentarios satíricos, sus crueles chanzonetas sobre aquel billete sin firma, cuyo autor no conocían, pero que se proponían insertar al día siguiente en un periódico, como modelo del estilo epistolar de las Sevigné del coro de baile.

«La constancia es el recurso de los feos dice la célebre Ninón de Lenclos en sus lindas cartas al marqués de Sevigné; las personas de mérito, que saben que por donde quiera han de encontrar ojos que se prenden de ellas, no se curan de conservar la prenda conquistada; los feos, los necios, los que viven seguros de que difícilmente podrán encontrar quien llene el vacío de su corazón, se adhieren al amor que una vez por acaso encontraron, como las ostras a las peñas que en el mar las sostienen y alimentan.

»Tu amigo La señora Chermidy al doctor Le Bris «París, 13 de agosto de 1853. »Llave de los corazones, mi estimado amigo, he aquí una grande y magnífica noticia. Mme. de Sevigné se la haría esperar durante dos páginas; yo voy más pronto al grano y se la espeto en seguida. ¡Soy viuda, amigo mío; viuda sin apelación; viuda en última instancia, como si el notario lo hubiese rubricado!

CIRILO. Prefiero permanecer al lado de mi querida madrina, que ha sido tan buena para y a la que yo deseaba tanto conocer. Sus cartas me sostuvieron durante las horas penosas. Tengo que felicitarla. ¡Escribe usted como madame Sevigné...! Tengo mis títulos académicos, aunque maldito si me sirven de algo. CIRILO. Una mujer no debe sentir nunca ser instruida, cuando es bonita.

Estoy muy disgustada, pero en medio de mi tristeza me encuentro aquí mejor; Nicole me acompaña por la mañana; sus «Ensayos de moral» me llegan directamente al alma, y por las noches leo a Mme. de Sevigné, mi confidente favorita; después... pienso mucho en los ausentes. ¡Ay! ¡y en los muertos que no volverán!

Mme. de Villeneuve me ha pintado unas elegantes pantallas de chimenea, dibujando en cada una, la vista de diferentes casas o castillos habitados por Mme. de Sevigné; esta buena señora es para la abuela del corazón y del espíritu; Mme. de Villeneuve ha creído que estos recuerdos serían a mis ojos una especie de ilustración de las obras que practico continuamente en cumplimiento del deber que la caridad me impone. ¡Qué buena y dulce es la caridad!

Cuando madame de Sevigné empleaba un mes en ir de la Bretaña á la Provenza, salvaba paso á paso y por grados, la violenta oposición de estos dos climas, pasando insensiblemente de la zona marítima del Oeste á la del Este, en el clima exclusivamente terrestre de la Borgoña.