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Actualizado: 2 de junio de 2025
Ni soy río en la corriente Que en la mar he de parar; Que es mi amor el mayor mar, Y ansí es bien que el tuyo aumente. Ni he venido amartelado, Que Dios sabe que tú has sido Quien de aquesta boca ha oído Amores que te he enseñado. Alegra el rostro y escucha, Volviendo a tu gracia el alma, Que está ya la vida en calma. JARIFA. Y dime, ¿la herida es mucha? ¿Dónde la tienes?
Sí, con su permiso dijo, con voz fina, casi infantil, un alto y grueso comerciante, formado todo él de esferas y semiesferas: su vientre, su pecho, sus mejillas y sus labios eran redondos, abombados. Y dirigiéndose a Karaulova, continuó: Escucha: tú puedes arreglar tus asuntos con Dios como quieras; pero aquí, en la tierra, debes cumplir tus deberes.
He aquí una verdadera joya dijo la reina . Ahora, siéntate y escucha, y recógete el cabello entre tanto. Doña Clara se sentó. La reina, con voz trémula, la contó punto por punto lo que la había acontecido con el rey. Cuando la reina concluyó guardó silencio, y no pronunció ni una disculpa ni una súplica.
No me digas nada prosiguió el doctor; de sobra sé que te es indiferente todo esto y que tu noble corazón sólo desea cariño. Escucha, pues, Antoñita: a ti te conviene casarte, ¿estamos? Antonia intentó replicar; pero el señor de Avrigny, le impuso silencio con un gesto.
Sin ti ya hubiéramos conquistado a Europa, y los hombres rojos serían los señores del mundo! ¡Y yo me he humillado ante el jefe de esa raza de perros!... ¡Yo le he pedido su hija en vez de tomarla y llevármela, como hace el lobo con la oveja! ¡Ah! ¡Huldrix! ¡Huldrix!... Y deteniéndose, añadió en voz baja: ¡Escucha, escucha, valkyria! El viejo levantó la mano con aire solemne.
Olvidas generosamente mi humilde origen, y la manera cómo tu padre me sacó de la miseria; ¡a mí me toca acordarme! Pero si María Teresa supiera... quien sabe si... Escucha, Jaime: Vas a jurarme que no harás nada porque lo sepa. Sería odioso y cruel. Ahora le soy indiferente ¿no me detestará si sabe que me atrevo a amarla? Amigo mío, te lo suplico, déjala en la ignorancia.
Cada uno de nuestros oradores es un Temístocles; con tal que le dejen hablar, él le dirá también a la guerra civil, al pretendiente, a toda calamidad: Pega, pero escucha. ¿Qué más cosas querían ver esas gentes, qué más, sobre todo, querían oír en poco menos de un año? No hay previsión me decía uno días pasados. ¡No hay previsión! exclamé. Esto ya es mala fe. Y todo ¿por qué?
Has llegado con esa espada que tienes en la boca al sitio mismo donde te tenía guardada... Te quería más que he querido á mi madre... Te respetaba más que á la Virgen de Grasia... Todo ha terminado... El soplo que acabas de dar ha sido tan fuerte que ni cenizas quedaron de ese fuego... Me alegro y te doy las gracias... Escucha, niña, no te he partío el corazón ahora mismo porque me acuerdo de lo mucho que te he querido... Conque Dios te guarde... Si te debía algunas, ya te las has cobrado...
-Mira, Teresa -respondió Sancho-, y escucha lo que agora quiero decirte; quizá no lo habrás oído en todos los días de tu vida, y yo agora no hablo de mío; que todo lo que pienso decir son sentencias del padre predicador que la Cuaresma pasada predicó en este pueblo, el cual, si mal no me acuerdo, dijo que todas las cosas presentes que los ojos están mirando se presentan, están y asisten en nuestra memoria mucho mejor y con más vehemencia que las cosas pasadas.
Va á ser preciso jugar mano á mano con esa buena pieza. ¿Estás dispuesto á seguir el plan que te voy á trazar? Ciegamente. Pues bien, escucha. Si cometieras la imprudencia de presentarte mañana en la Celle-Saint-Cloud, con el aire radiante y diciendo á Clementina: "¡Heme aquí!
Palabra del Dia
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